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viernes, 12 de febrero de 2016

El espírita y la cuestión sexual


   
    Comprensión y Tolerancia

            La comprensión y la tolerancia para con los demás, acredita unas conquistas superiores logradas por el Espíritu en esta vida y en las anteriores, en las que  donde en cada una  de ellas encontró  la valiosa oportunidad de superarse, corregirse y transformarse.
            En  la propia vida física presente, cuando se adquiere un adecuado conocimiento espiritual, también es posible adquirir estos valores en el espacio de no muchos años de existencia, pues la comprensión de muchos de los por qué de la vida nos lleva consecuentemente a un aumento de nuestra capacidad de tolerancia ante cuestiones sobre las que teníamos una posición rígida, insegura  o intolerante, rompiendo preconceptos y desviaciones del alma, procedentes muchas veces de una deficiente educación y formación  social  de base desde la  época de la infancia. Al mismo tiempo esta comprensión derriba muchas veces barreras de fanatismo instaladas en nuestra alma con prejuicios erróneos y dañinos. No obstante lo anterior, he de decir que la predisposición a evolucionar volviéndonos  más tolerantes en el corto espacio de unos años, la traemos a esta vida las personas que ya han alcanzado el nivel suficiente como para desear en lo más íntimo alcanzar la verdad  que existe en  muchas cuestiones  importantes de la vida, y esta búsqueda de la verdad que nos libera de los anclajes de la incomprensión dogmática y del fanatismo, nos lleva a su vez a una predisposición para ser más comprensivos y tolerantes con los demás, venciendo al fanatismo y a la intolerancia.
         Hay que reseñar que estos defectos morales tan relacionados entre ellos, a quienes en primer lugar perjudican es a quienes los llevan consigo en esta vida, pues nos apartan de los demás, que no están dispuestos a soportar en absoluto esta clase de defectos, que les impide la aproximación con quien los mantienen.
            La persona comprensiva  no acusa ni recrimina señalando los errores de sus semejantes, y en cualquier caso siempre prima  sobre todo el sentimiento
de la piedad y de la comprensión ante los errores de los demás o ante  lo que no nos gusta de ellos. Ser comprensivo no supone el hacer causa común con los defectos de los demás, ni secundar los  actos negativos, sino el estar dispuesto a perdonarlos y disculparlos sin tenerlos en cuenta, sabiendo que uno mismo los ha tenido o los tiene también, iguales o peores.
          La comprensión y la tolerancia son virtudes que  no  son  incompatibles con el poder manifestar respetuosamente los desacuerdos, las diferentes opiniones y criterios. Actuar así supone un deber y un derecho al rechazar determinadas actitudes negativas de los demás. La tolerancia se da como resultado del equilibrio espiritual que nos proporciona el Amor.
          Todos debemos ser comprensivos y tolerantes, porque todos necesitamos que nos comprendan, nos toleren y nos perdonen; para llegar a lograrlo deberemos serenar nuestros pensamientos y sentimientos, midiendo el efecto de nuestras palabras antes de decirlas, y el sentimiento que nos impulsa a ello.
          La  virtud y la práctica cotidiana de la humildad es la mejor postura que debemos mantener cuando miramos como son o cómo actúan nuestros semejantes. Mediante ellas, llegaremos a ser más piadosos, tolerantes, firmes y honestos, y sobre todo más leales a los compromisos espirituales que tengamos desde antes de nacer, aunque no siempre seamos conscientes de ello.  La humildad se asocia con la comprensión y  con la tolerancia porque todas estas cualidades morales  nacen en el alma de la misma Fuente de Amor, y nutren nuestra conciencia con la calma y la serenidad interior.
            Por último, he de señalar que las religiones dogmáticas pueden llevar a la incomprensión y sobre todo a la intolerancia hacia  las personas que no mantienen y aceptan ciegamente  las ideas religiosas o sociales que ellas sustentan, pero para los que nos consideramos en mayor o menor medida, espíritas , que es lo mismo que decir cristianos en el más amplio sentido de la palabra, esto no debe ser así, pues el Espiritismo es esencialmente librepensador, no sujeto a dogmas y tan solo sujeto a la razón y a lo que los avances de la Ciencia vayan demostrando como verdades empíricas , haciendo  de las virtudes de la tolerancia, la comprensión y la humildad, su bandera constante de ejemplo para todo el mundo.

- Jose Luis Martín -

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“Lo que otra persona haga, diga o crea, es cosa que no te importa y debes aprender a dejarla completamente a su libre albedrío.”
-         Krishnamurti-




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ESPIRITUALMENTE SOMOS COMO NIÑOS EN CRECIMIENTO, EN DESARROLLO.
 

Nuestra conciencia está determinada por la evolución alcanzada, moral y espiritualmente. Esta, como el lente de una cámara se va abriendo a la Luz del Amor Espiritual. El entendimiento va en desarrollo, las cosas que antes no se entendían van tomando claridad como figuras que danzan delante de nuestros "ojos'. 

La mente es plástica...toma forma, se desarrolla, a medida que el amor va inundando al alma, así nos damos cuenta de muchas cosas, vamos despertando, como dicen...abriendo los ojos de la conciencia...vamos creciendo, madurando, entendiendo. 

Son etapas diferentes de conciencia: como el niño, el adolecente, el adulto, y el sabio...poco a poco, toma tiempo, bastante tiempo, ni siquiera termina en una existencia...necesitamos muchas. Son muchos los grados de la escuela espiritual que tenemos que pasar, aprender, estudiar...con sacrificio, con alegría, pero tenemos que hacerlos, no podemos (ni debemos) quedarnos estáticos, descansando en vacaciones eternas...! 

Que el Señor les Bendiga hoy, mañana y...SIEMPRE!
- Rey Formoso -
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                   Presentimientos

Dijo no sé cuál poeta: «Está visto; no hay profeta como nuestro corazón». Y en verdad que estuvo en lo cierto el que tal cosa dijo; porque indudablemente muchas veces se tienen corazonadas, se siente una voz interior que nos advierte que tenemos un peligro cerca, pero no se hace caso en la mayoría de las ocasiones, no se atiende a esos avisos misteriosos que nos dan nuestros deudos de ultratumba: yo creo que nos hacemos los sordos, porque cuando debemos pasar por las horcas caudinas pasaremos, a pesar de todas las advertencias y de todos los avisos; y en prueba de ello copiaré algunos fragmentos, o mejor dicho, trataré de sintetizar la extensa carta que me envía un espiritista desde Minas (Montevideo), contándome la desastrosa muerte de su hija María, que desde muy joven tuvo el presentimiento de que su desencarnación sería dolorosísima.

Era María una joven bellísima, buena, sensible, cariñosa, muy amante de la familia, especialmente de su padre, por el cual sentía verdadera idolatría. A la temprana edad de diecisiete años un apuesto doncel la requirió en amores; ella correspondió a sus galanteos contenta de verse atendida y obsequiada; el pretendiente quiso llevar el asunto por la posta y puso el plazo de cuatro meses para efectuar el matrimonio, pero el padre de ella pidió un año de espera y hubo que concedérselo. Durante el año, aquellos volcánicos amores se fueron enfriando, hasta concluirse las relaciones con gran contento de María, que quedó tranquila. Tres años después, un segundo adorador ofreció a María su nombre y su amor. Ella manifestó vivísima satisfacción, pero al llegar el día de comprar su canastilla de boda, se abrazó a su padre y le dijo sollozando:

–Mi prometido es muy bueno, no tengo la menor queja de su comportamiento para conmigo, pero me asalta el horrible presentimiento que voy a ser muy desgraciada en mi matrimonio, me arrepiento por completo de mi determinación; no quiero separarme de ti, padre mío.

–Pero mujer replicó su padre –¿por qué no pensaste esto antes de dar tu palabra y yo la mía?

–Porque antes no sentía lo que siento hoy.

–¿Pero tú lo querías?

–Sí, muchísimo, pero ahora no lo quiero, estoy como si nunca lo hubiera tratado.

–¡En fin, hija, todo sea por Dios! Más vale que te hayas arrepentido ahora que estás a tiempo y no después.

No creas Amalia (me dice mi amigo), que mi hija fuera coqueta, ni tuviera poco juicio; era una niña modelo, querida por todo el mundo, porque era el cariño andando. A los dos o tres años de lo acaecido, otro nuevo galán se enamoró perdidamente de María; ella le correspondió, y su padre receloso por los lances anteriores interrogó a su hija diciéndole que lo pensara antes de decidirse, y ella le aseguró que con éste estaba segura de no arrepentirse. Tuvieron dos años esas relaciones, sin el menor disgusto, y cuando llegó el momento de prepararlo todo para la boda, llamó María a su padre una mañana y le dijo con espanto:

–Padre mío, ¡qué sueño tan horrible tuve anoche! Soñé que me había casado y que el mismo día me había muerto; yo me veía muerta y a mi esposo al lado del cadáver; perdóneme el nuevo disgusto que voy a darle, porque yo no me caso, me inspira mi prometido la aversión más profunda desde anoche; no serviré para casada, está visto que debo quedarme soltera.

Y a todo esto, María lloraba con el mayor desconsuelo y su padre no sabía qué decir, y el novio al enterarse, cayó gravemente enfermo salvándose por milagro. Cumplió María treinta años, y un joven de veinte primaveras enloqueció por ella, y su padre, curándose su salud, le contó a él y a su familia lo acontecido con los novios de su hija, pero su relato no fue óbice para que las relaciones siguieran adelante y al fin se efectuara el casamiento, no sin que antes María dijera a sus amigas más íntimas:

«Estoy arrepentida de mi matrimonio, presiento una gran desgracia, un acontecimiento dolorosísimo, sé que voy a sufrir horriblemente, me parece que ya me atormentan los dolores, pero no quiero dar un nuevo disgusto a mi padre».

Se casó y a los dos meses de casada ella y su esposo volvieron a Minas y se instalaron en la casa de sus padres, y al conocer que iba a ser madre, dijo María a toda su familia, menos a su padre, que moriría irremisiblemente en el acto de alumbramiento. Ocho días antes de dar a luz llamó a su esposo, a su madre y a sus hermanas y a todos les suplicó que cumplieran fielmente su última voluntad, que la amortajaran con su traje de boda, y dispuso de todas sus alhajas y de su ropa, repartiendo cuanto poseía entre sus cuñadas y parientas más cercanas, dando mayor cantidad de objetos preciosos a las más pobres, a las más necesitadas. Todas a una le decían:

–Pero ¿estás loca?

Y ella replicaba, sonriendo tristemente:

–Pronto veréis cómo se cumplirá mi presentimiento, no siento más que dejaros mi último retrato, y sólo pido que cumpláis mi postrera voluntad.

Su madre y sus hermanas creían que la dominaba el miedo, pero ella les decía:

–Moriré, moriré, y de muerte espantosa. ¡Cuántos años he huido de pagar esta deuda! Al fin pagaré más parte de la que debo. Dios tenga misericordia de mí…

El padre de María ignoraba cuanto pasaba en su casa; todos callaron para no atormentarle antes de tiempo, y porque en realidad, creían que María deliraba o que veía visiones. Pero llegó el día del alumbramiento y su padre, excelente operador, al reconocerla creyó perder el sentido y salió del aposento de su hija llorando como un niño. La familia lo rodeó afanosa y todos preguntaron a la vez:

–¿Qué hay?

–Que se muere, que no hay remedio para ella.

–¡Deliráis!, dijeron todos.

–La ciencia no ha dicho aún su última palabra.

–La digo yo, replicó el padre sollozando, ¡no la martiricéis, todo es inútil!

–Imposible, gritó el marido de María.

–El cariño os ciega, dijeron los hijos, vengan los médicos.

Fueron los médicos, la operaron cinco veces y murió María, no sin antes tranquilizar a su padre diciéndole: Ya sabía yo lo que me esperaba, ahora comprendo mi aversión al matrimonio: cumpliéndose mi presentimiento, ya tengo una deuda menos. Alégrate, padre mío. Alegrarse no es posible ante el cadáver de un ser adorado. Mi buen amigo quedó profundamente impresionado por el trágico fin de su hija, gracias a que es un espiritista convencido, porque en su larga vida ha tenido pruebas irrecusables de la eterna vida del Espíritu. Un año antes de la muerte de María se le murió una niña de dos años, que le dejó también con su desaparición honda huella por la causa siguiente: Años atrás fue mi amigo a ver a su anciana madre, que vivía muy lejos de Buenos Aires. Ella mostró mucho empeño para irse con su hijo a Minas, y él considerando la avanzada edad de aquélla, no creyó prudente exponerla a tan largo viaje, y le prometió que al año siguiente volvería a verla, y ella le dijo entonces:

-El año que viene ya será tarde, habré muerto, y habré muerto sin que tú me cierres los ojos, siendo que éste ha sido el deseo de toda mi vida, después que te estreche en mis brazos.

Y la anciana acariciaba a su hijo como si éste fuera un pequeñito, y le repetía:

–Llévame contigo, quiero que tú me cierres los ojos.

Mi amigo no accedió al deseo de su madre, y ésta murió lejos del hijo que adoraba, y a los dos meses de haber dejado su envoltura se presentó el Espíritu a su hijo, el que durante la noche, en particular de madrugada, se relaciona con sus deudos desencarnados, habla con ellos y cambia impresiones. Su madre se le presentó tan cariñosa como siempre y cada dos o tres noches la veía; pasaron varios meses y la esposa de mi amigo dio a luz a una niña hermosísima, ya no se presentó más la madre de mi amigo, el que al ver a su hija acabada de nacer, sintió un estremecimiento extraordinario, miró a la niña fijamente y dijo a su esposa:

– Mi madre está con nosotros, estoy seguro de ello.

A los siete meses, la niña comenzó a balbucear algunas frases y a su padre le decía nene; jamás le dijo papá, y nene le decía cuando era su madre, nunca lo llamó por su nombre, y lo acariciaba dándole palmaditas en las mejillas, como lo hacía cuando era su hijo. Cuando cumplió dos años enfermó de convulsiones y veinticuatro horas antes de morir acarició a su padre con la mayor ternura; después extendió su diestra y con el dedo índice señaló el cielo y así permaneció breves momentos. Luego bajando la mano y con su dedito se tocó la frente y los ojos cerrándolos dulcemente. Luego los volvió a abrir y no dejó de mirar a su padre hasta que murió. Con besos y expresivos ademanes se despidió de todos, pero en particular de su padre, haciéndole las caricias más apasionadas. Mi amigo cerró los ojos de su hija, plenamente convencido que el Espíritu de su madre había venido a reclamar aquella última prueba de cariño. En una niña de dos años fue muy significativo, el apoyar su dedito en los ojos y cerrarlos, para luego volverlos a abrir, llamarle siempre nene y nunca papá, acariciarle del mismo modo que lo hacía anteriormente; todo, en fin, le decía a su amigo que el Espíritu de su madre había venido desde el espacio, ya que él no quiso complacerla cuando ella con tanta insistencia se lo pidió.

Cuando se vive tan identificado con los seres de ultratumba, los azares de la vida se soportan con más energía, la muerte desaparece con todos sus horrores, porque se toca la realidad de la inmortalidad del alma, y ante hechos innegables hay que creer en la supervivencia del Espíritu, sin que por esto se deje de sentir la violenta sacudida que se experimenta ante el cadáver de un ser amado. Pero el dolor del espiritista convencido no llega nunca al paroxismo de la desesperación, porque junto al cuerpo inerte del ser que se llora, se alza el Espíritu grave y silencioso que animó aquel organismo. Se juntan la vida y la muerte, el ayer y el mañana, lo conocido, lo que hemos tratado y lo desconocido, lo misterioso, lo inexplicable, el ánimo no se sobrecoge, la sorpresa y el asombro no se apoderan de nosotros y se seca la fuente de nuestro llanto ante una nueva ansiedad, ante una nueva esperanza. ¡Se vive siempre! ¡Los seres que nos han amado no nos abandonan! ¡Podemos contar con su inspiración, con sus consejos, con su apoyo moral! ¡Cuánto hay que pensar en esto!…

Y cuando se piensa, el dolor pierde su poderío, no nos tiraniza, no nos hunde en el abismo de la desesperación; la vida se adelanta y lo deja muy atrás. ¡Bendito sea el Espiritismo! Tú eres el mejor amigo del hombre. Tú le dices con hechos irrefutables: «¡El Espíritu no muere jamás!»

Amalia Domingo Soler
Tomado del libro «Hechos que prueban»

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EL ESPÍRITA Y LA CUESTIÓN 

SEXUAL.

Los hombres hicieron del sexo un motivo de escándalo. Convirtieran el sexo en una cosa impura y repelente. Pero el sexo es una manifestación del poder creador, de las fuerzas productivas de la Naturaleza. El espírita no puede encarar la cuestión sexual como un asunto prohibido. El sexo es la propia dialéctica de la Creación y existe en todos los Reinos de la Naturaleza. El paganismo llegó a hacer del sexo motivo de adoración. Los pueblos primitivos manifiestan un gran respeto y asumen una actitud religiosa delante del sexo. Mas para esos pueblos, todavía bien próximos de la Naturaleza, el sexo no está sujeto a los des-reglamentos, a los abusos y a la perturbación, del mundo civilizado.
El cristianismo condenó el sexo e hizo de él la fuente de toda perdición. Mas el Espiritismo reconsidera la cuestión, colocándose en un medio término entre las exageraciones de paganos y cristianos. El espírita sabe que el sexo es un gran campo de experiencias para el espíritu en evolución, y que es a través de él que la ley de reencarnación se procesa, en la vida terrena. ¿Cómo, pues, considerarlo impuro y repelente?
En El Libro de los Espíritus, Kardec comenta: «Los Espíritus se encarnan hombres o mujeres, porque no tienen sexo. Como deben de progresar en todo, cada sexo, como cada posición social, les ofrece pruebas y deberes especiales, y nuevas ocasiones de adquirir experiencias». Como vemos, el sexo es considerado por el Espiritismo en su justo lugar, como un medio de evolución espiritual. El espírita, por eso mismo, no puede continuar a encarar el sexo como lo hace el común de los hombres. No puede abusar del sexo, ni despreciarlo. Debe antes considerar su valor y su importancia en el proceso de la evolución. Todavía existe, en el medio espírita, mucha prevención contra los asuntos sexuales. Mas es necesario que esa prevención sea alejada, a través de una comprensión más precisa del problema.
No hay motivo para hacerse del sexo un asunto-tabú, mas también no se debe exagerar en ese terreno, pues muchas criaturas se escandalizarían. Debemos acordarnos de que, por millares de años, a través de generaciones y generaciones sucesivas, el sexo fue considerado, en la civilización cristiana en que nacimos y vivimos, un campo de depravación, de perdición de las criaturas. La simple palabra sexo provoca en mucha gente una situación de ambivalencia: interés oculto y repulsión instintiva. Por eso mismo, la educación sexual debe ser encarada seriamente en los medios espíritas y no puede ser dejada al margen de la pedagogía espírita. La mayor dificultad para la cuestión sexual está en el hogar, en la vida familiar. Los padres espíritas no saben, generalmente, como preparar a los hijos para la llamada «Revelación del sexo». El régimen del silencio continúa a imperar en nuestros hogares, creando mayores dificultades para la solución del problema. La simple prohibición del asunto crea un clima de misterio en torno de la cuestión sexual, aumentando los motivos de desequilibrio para los adolescentes.
Los padres a su vez, sufren también de inhibiciones, decurrentes de un sistema equivocado de educación, a que estuvieran sujetos. En la familia, la actitud más acertada es la de no responderse con mentiras doradas a las  
indagaciones de los niños sobre cuestiones sexuales. Mas no se debe, tampoco, responder de manera cruda. Sería una imprudencia queremos salir de un sistema de tabúes para una situación de franca rudeza. Hay muchas maneras de hacer a la criatura sentir que el problema sexual no es más importante ni menos importante que los demás. Cada madre o padre tienen que descubrir la manera más conveniente a emplear en su medio familiar. La regla más cierta es la respuesta verdadera, de manera indirecta. Si la criatura pregunta: «¿Cómo la gente nace?», se debe responder, por ejemplo: «De la misma manera que los gatitos». Comenzando así, poco a poco, los propios padres van descubriendo la técnica de vencer las dificultades, sin embaucar que crearían un ambiente de excitación peligrosa. En las escuelas espíritas, el problema debe ser colocado con el mayor cuidado, pues la situación es aún más melindrosa; los niños de una clase pertenecen a diversas familias, con diferentes costumbres.
Es peligrosa la llamada «actitud científica», generalmente seguida, en los bachilleratos, por los profesores de ciencias. La frieza científica no tiene en consideración las sutilezas psicológicas del problema. Lo ideal sería que el asunto fuese discutido previamente en reuniones pedagógicas, entre los profesores de ciencias, de psicología, de moral y el orientador pedagógico. En la verdad, el problema es más de pedagogía que de ciencias. El buen pedagogo sabrá conducirlo con el tacto necesario, sin producir choques peligrosos y sin permitir que el asunto caiga nuevamente en el plano del misterio. Cuanto a los jóvenes, deben promover cursos y seminarios concernientes a la cuestión tratada, siempre con la asistencia de un profesor experimentado, de moral elevada y reconocido buen sentido. Los jóvenes tienen una gran necesidad de buena orientación sexual, pues están en la fase de mayor manifestación de esas exigencias y, si no son bien orientados, podrán caer en lamentables equivocaciones.
El joven espírita, empero esclarecido por la doctrina, no está menos sujeto a desequilibrios sexuales. Sabemos que esos desequilibrios tienen dos fuentes principales: los abusos y vicios del pasado, en encarnaciones desregladas, y las influencias de entidades peligrosas, muchas veces ligadas a los jóvenes por el pasado delictivo. Por eso mismo, el problema sólo puede ser tratado de manera elevada, con gran sentido de la responsabilidad. Los médicos espíritas pueden ser grandes auxiliares de las Juventudes Espíritas en ese sector. Cuando a los espíritas adultos, no están menos libres de que los jóvenes. Son víctimas de una educación defectuosa, de un ambiente moral dominado por la hipocresía en materia sexual, y traen a veces agravadas por ese ambiente las herencias del pasado. Precisan acostumbrarse, en el medio espírita, a encarar el problema sexual de una manera seria, evitando las actitudes negativas, que dan entrada a las influencias peligrosas. Encarando el sexo sin malicia, como una función natural y una necesidad vital, el espírita; al mismo tiempo, se corrige y modifica el ambiente en que vive, alejando del mismo los espíritus viciosos y maliciosos, que no encuentran más pasto para sus abusos.
El mejor medio de ahuyentar esos espíritus, y de encaminarlos también a una reforma íntima, es la creación de una actitud personal de respeto por los problemas sexuales y el cultivo de un ambiente de comprensión elevada en el hogar. Esa misma actitud debe ser llevada para los ambientes de trabajo, por más contaminados que ellos se encuentren. El espírita no debe huir despavorido delante de las conversaciones impropias, pues con eso demostraría incomprensión del problema y provocaría mayor interés de los otros en perturbarlo. Más no debe, tampoco, estimular esas charlas, con su participación activa. Su actitud debe ser de completa naturalidad, de quien conoce el problema y no se espanta con las conversaciones del mal gusto, pero también de quien no encuentra motivos para alimentar esas conversas y de ellas participar. Siempre que sea posible, y con sentido de la oportunidad, él debe procurar mudar el rumbo de la conversación, para asuntos más provechosos, o mismamente para los aspectos más serios del problema sexual. La mente viciosa se complace en las conversaciones deletéreas, en las imágenes grotescas, en las expresiones carentes de respeto. Escandalizarse delante de esas cosas, o rechazarlas con violencia, es siempre perjudicial y anticaritativo, pues esas personas son las que más necesitan de amparo y orientación. Lo más cierto es procurar un medio de ayudarlas a libertarse de esa viciación. Y lo más eficaz es orientar la conversación viciosa para aspectos respetables, como las consecuencias de los vicios, las situaciones dolorosas en que se encuentran personas conocidas y la conveniencia de tratarse el sexo con el respeto debido a las fuerzas de la Naturaleza.
En los casos dolorosos de inversión sexual, el espírita se ve generalmente en dificultad. Lo más cierto es apelar para los conocimientos doctrinarios y para el poder de la oración. Ayudar al hermano desequilibrado a luchar corajosamente para su propia recuperación, procurando corregir la mente viciosa y mantenerse lo más posible en actitud del que espera y confía en la ayuda de los Espíritus Superiores. Trabajos mediúmnicos pueden favorecer grandemente esos casos, cuando realizados con médiums serios, conscientes de su responsabilidad y de recta conducta moral. No disponiéndose de elementos así, de absoluta confianza, es mejor abstenerse de esos trabajos, insistiendo en la educación progresiva del hermano infeliz, a través de oraciones, lecturas y estudios, conversaciones instructivas y pases espirituales, aplicados de manera metódica, en días y horas ciertas. Si el hermano enfermo colabora, con su buena voluntad, los resultados positivos luego más se harán sentir. Porque nadie está condenado al vicio y al desequilibrio, a no ser por su propia voluntad o falta de voluntad para reaccionar.
Nuestro destino está vinculado a la manera por la que encaramos el sexo. Bastaría eso para demostrar la importancia del problema. Inútil que queramos huir a él. Lo necesario es modificar profundamente las viejas y viciosas actitudes que traemos del pasado y que encontramos de nuevo en la sociedad terrena, todavía pesadamente esmagada por sus propias imperfecciones. Encaremos el sexo como una manifestación del poder creador, tratándolo con el debido respeto, y mudaremos a nosotros mismos, a los otros y a la sociedad en que vivimos. El espírita debe ser el elemento siempre apto a promover esa mudanza, y nunca un acomodado a las situaciones viciosas que dominan a las criaturas y las esclavizan, por toda parte, en la tierra y en el espacio. En conclusión: El problema sexual debe ser encarado por el espírita con naturalidad, en vista de la naturalidad de la función creadora; el sexo debe ser considerado como fuente de fuerza, vida y equilibrio, debiendo por eso mismo ser respetado y no deturpado; entre el des-reglamento del pagano y el preconcepto del cristiano dogmático, el espírita debe mantenerse en el equilibrio de la comprensión exacta del valor del sexo; las fuentes de la vida no pueden ser des-respetadas y afrontadas por la malicia y la impureza de los hombres.

Miguel Vives
Extraído del libro "Tesoro de los Espíritas"

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