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martes, 28 de octubre de 2014

En la historia del Espiritismo


 EN LA HISTORIA DEL ESPIRITISMO

Al mismo tiempo que se propagaba, el Espiritismo veía levantarse contra él numerosas oposiciones. Como todas las ideas nuevas tuvo que afrontar el desprecio, la calumnia, la persecución moral. Como el ideal cristiano en sus comienzos, fue abrumado por injurias y amarguras. Lo mismo ha ocurrido siempre. Cuando nuevos aspectos de la verdad aparecen a los hombres, siempre provocan asombro, desconfianza, hostilidad. 
Esto es fácil de comprender. La humanidad ha agotado las viejas formas del pensamiento y de la creencia, y cuando inesperados aspectos de la verdad se revelan, parecen responder poco al ideal antiguo que está debilitado, mas no muerto. Por eso se necesita un largo período de examen, 
de reflexión, de incubación para que la idea nueva avance dentro de la opinión. De ahí las luchas, las incertidumbres, los sufrimientos de la primera hora. 
Han sido objeto de muchas burlas las formas que revestía el Nuevo Espiritualismo. Las potencias invisibles que velan sobre la humanidad son mejores jueces que nosotros al respecto de los medios de acción que conviene adoptar, según los tiempos y las circunstancias, para volver al hombre al sentimiento de su deber y de su destino, y eso sin coartar su libre arbitrio, pues esto es lo principal: es necesario que la libertad del hombre quede intacta.


- León Denis -

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Espíritu y materia 

No hay efecto sin causa; nada procede de nada. Estos son los axiomas, es decir las verdades indiscutibles. Entonces, como se comprueba en cada uno de nosotros la existencia de fuerzas, de potencias que no pueden estar consideradas como materiales, es necesario, para explicar la causa, remontarnos a otra fuente distinta a la materia, a este principio que nombramos alma o espíritu. Cuando, descendiendo en el fondo de nosotros mismos queremos aprender a conocernos, a analizar nuestras facultades; cuando, apartando de nuestra alma la espuma que acumula allí la vida, el envoltorio espeso cuyos perjuicios, errores y sofismas revistieron nuestra inteligencia, penetramos en los dobleces más íntimos de nuestro ser, nos encontramos allí cara a cara con estos principios augustos sin los cuales no habría grandeza para la humanidad: el amor al bien, el sentimiento de la justicia y del progreso.
Estos principios, que se reencuentran en grados diversos, tanto en casa del ignorante como en casa del hombre sabio, no pueden provenir de la materia, que está privada de tales atributos. Y si la materia no posee estas cualidades, ¿cómo podría formar, ella sola, seres dotados de ellas? El sentido de lo bello y de la verdad, la admiración que experimentamos hacia las obras grandes y generosas, no podrían tener el mismo origen que la carne de nuestros miembros o la sangre de nuestras venas. Estos son más bien como los reflejos de una luz alta y pura que brilla en cada uno de nosotros, lo mismo que el sol se refleja sobre las aguas, sean estas aguas fangosas o límpidas. En vano pretenderíamos que todo es materia.
Nosotros que sentimos realces poderosos de amor y de bondad, que amamos la virtud, la devoción, el heroísmo; el sentimiento de la belleza moral está grabado en nosotros; la armonía de las cosas y de las leyes nos penetra, nos arrebata; ¡y nada de todo eso nos distinguiría de la materia! Sentimos, amamos, poseemos la conciencia, la voluntad y la razón; ¡y procederíamos de una causa qué no encierra estas calidades en ningún grado, de una causa que no siente, no ama ni sabe nada, que es ciega y muda! ¡Superiores a la fuerza qué nos produce, estaríamos más perfeccionados y seríamos mejores que ella! Tal forma de ver las cosas no se sostiene.
El hombre participa de dos naturalezas. Por su cuerpo, por sus órganos, deriva de la materia; por sus facultades intelectuales y morales, es espíritu. Digamos más exactamente todavía, respecto al cuerpo humano, que los órganos que componen esta admirable máquina son semejantes a ruedas incapaces de actuar sin un motor, sin una voluntad que los ponga en movimiento. Este motor, es el alma. El tercer elemento conecta a la vez a los otros dos, transmitiendo a los órganos las órdenes del pensamiento. Este elemento es el periespíritu, la materia etérea que escapa a nuestros sentidos. Envuelve al alma, la acompaña después de la muerte en sus peregrinaciones infinitas, depurándose, progresando con ella, dotándola de un cuerpo diáfano y vaporoso. Iremos más lejos sobre la existencia de este periespíritu, llamado también doble fluídico.
El espíritu yace en la materia como un preso en su celda; los sentidos son las aberturas a través de las cuales comunica con el mundo exterior. Pero, mientras que la materia decae tarde o temprano y se descompone, el espíritu crece en fuerza, se fortifica por la educación y la experiencia. Sus aspiraciones aumentan, se extienden allende la tumba; su necesidad de saber, de conocer, de vivir no tiene límite. Todo muestra que el ser humano pertenece sólo temporalmente a la materia. El cuerpo es sólo un traje prestado, una forma pasajera, un instrumento con la ayuda del cual el alma persigue en este mundo su obra de depuración y de progreso. La vida espiritual es la vida normal, verdadera e infinita.
Léon Denis 
Extraído del libro "El porqué de la Vida"


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EVOCACIÓN Y PRESENTACIÓN DE LOS ESPÍRITUS

  La facultad de evocar a cualquier espíritu no implica para ese espíritu la obligación de ponerse a nuestra disposición; que él puede acudir en una determinada ocasión, pero no en otra, así como con un médium o con un evocador que le agrade, y no con otro; que puede decir lo que desee, sin que sea obligado a manifestar lo que no quiere; que puede retirarse cuando así lo crea conveniente; por último, que por causas que dependen o no de su voluntad, puede dejar repentinamente de concurrir, aunque lo haya hecho con asiduidad durante algún tiempo. A raíz de los motivos expuestos, cuando se desea llamar a un espíritu por primera vez, es necesario preguntar al guía protector si la evocación es factible. En caso de que no lo sea, el guía, por lo general, expone los motivos, y entonces será inútil insistir.

- El Libro de los Médiums -

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