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lunes, 11 de agosto de 2014

El comportamiento correcto


EL COMPORTAMIENTO DEL BUEN ESPIRITA 

 Las riquezas de la Tierra son perecibles, pero hay una riqueza  que nada puede afectar ni nadie puede destruir: la riqueza del cielo, que podemos y debemos  construir en nuestra alma. Esa riqueza está en nuestras manos, es adquirir la moral cristiana,  explicada tan bien en El Evangelio Según el Espiritismo.
 La moral espirita, como la del cristianismo primitivo, no se constituye  apenas de preceptos, de reglas, ni de principios normativos.  Hay una técnica  moral,  que se fundamenta en el conocimiento de las leyes morales.
 El Espiritismo nos da la clave del Evangelio. Explica su sentido oscuro u oculto; nos proporciona  la moral superior, la moral definitiva, cuya grandeza y hermosura revelan su origen sobrehumano.
 Con el fin de que la verdad se extienda  por todas partes con el fin de que nadie pueda desnaturalizarla o destruirla, ya no es un hombre, ya no es un grupo de apóstoles el que está encargado de darla a conocer a la humanidad. Las voces  de los Espíritus  la proclaman  en los diversos puntos del mundo civilizado, y gracias  a este carácter universal y permanente, esta revelación desafía a todas las hostilidades y a todas las inquisiciones.
 La moral espirita está basada en el testimonio de millares de almas  que van a todos los lugares  para describir, valiéndose de los mediúms, la vida de ultratumba y sus propias sensaciones, sus goces y sus dolores.
 La filosofía  de los Espíritus  viene a ofrecer  a la humanidad una sanción moral más elevada, un ideal más noble y generoso. Ya no hay suplicios eternos, sino la justa consecuencia  de los actos  que recaen sobre su autor.
 El Espíritu se encuentra en todos los lugares según él se ha hecho. Si viola la Ley moral, entenebrece su conciencia y sus facultades, se materializa, se encadena con sus propias manos. Practicando la ley del bien, dominando las brutales pasiones, se aligera  y se aproxima cada vez más a los mundos felices.
 La vida moral se impone como una obligación para todos aquellos a quienes preocupe algo su destino; de aquí la necesidad de una higiene del alma  que se aplique a todos nuestros actos, ahora que nuestras fuerzas espirituales se hallan en estado de equilibrio y armonía.
 Si sometemos al cuerpo, envoltura mortal, instrumento perecedero, a las prescripciones  de la ley física que asegura su mantenimiento, es importante, mucho más, velar por el perfeccionamiento del alma, que es imperecedera y a la cual está unida nuestra suerte en el porvenir. El Espiritismo nos ha proporcionado los elementos para esta higiene del alma.
 El conocimiento del objeto real de la existencia  tiene consecuencias incalculables para el mejoramiento y la elevación del hombre. Saber a donde va tiene por resultado el afirmar sus pasos, el imprimir a sus actos un impulso vigoroso hacia el ideal concebido.
 Las doctrinas de la nada  hacen de esta vida un callejón sin salida y conducen, lógicamente,  al sensualismo y al desorden.  Las religiones, al hacer, de la existencia una obra de salvación personal muy problemática, la consideran desde un punto de vista egoísta y estrecho.
 Con la filosofía de los Espíritus, este punto de vista cambia y se ensancha  la perspectiva. Lo que debemos buscar  no es ya la felicidad terrena, la felicidad, en la Tierra, es cosa precaria, sino un mejoramiento continuo; y el medio  de  realizarlo es con la observación moral en todas sus formas.
 Cuando el hombre  venga de donde venga,  entra en el Espiritismo, se abre ante el un amplio campo de investigaciones, que de momento, no se da cuenta de tamaña grandiosidad. A medida que va ampliando sus estudios  y sus experiencias, más ancha se  torna la  perspectiva de lo que antes le era desconocido, y en todo empieza a ver la grandeza de Dios.
 Entonces ve   lo que el significa en la Creación, comprende que su vida es eterna y que no se encuentra aquí por acaso, comprende que jamás  será abandonado que está ligado  a una ley que abarca a todos los seres humanos  y que con ellos alcanzará por sus esfuerzos, más tarde o más temprano, su felicidad, su belleza y su sabiduría. Comprende que el tiempo que tarde, depende únicamente  de el, que un día será atraído por el amor universal, pasando a formar parte  de la gran familia de los espíritus felices, que gozan y trabajan en el plano del amor divino.
 Dios estableció sus leyes y las puso, con toda la creación, a disposición de todos sus hijos. A nosotros compete alcanzarlo.
 El espirita debe portarse delante de Dios como un buen hijo, agradeciéndole el que le aya creado.
 Debe respetar la grandeza de su creador, adorar su Omnipotencia, amarlo por su Sublimidad.
 Y ese respeto, esa adoración,  ese amor, esa gratitud, deben ser manifestados al Todopoderoso tanto como sea posible, para que así atraigamos  su influencia  y la de los buenos espíritus , que nos es muy necesaria  por nuestro atraso, en este mundo donde imperan la ignorancia y el dolor.
 Para alcanzar esa gran moralidad  que necesitamos, para cumplir bien nuestra misión, tener paz en la Tierra y conseguir alguna felicidad en el espacio, debe el espirita cumplir la ley divina. Esa ley divina está en el Evangelio y el espirita  debe saberla  de memoria, porque ¿Cómo aplicarla esa ley sin conocerla?
Para el espirita el Evangelio no debe ser letra muerta, y si una ley vigente en todos los tiempos, en todas las edades. Debe ser un admirador del Maestro, estudiando sus palabras, su moral, su ley, sus sacrificios, su abnegación, su amor, su prudencia y, sobre todo, su elevadísima misión ya que esta contiene dos puntos esenciales, que son de capital importancia. La primera  y que el espirita debe fijar en su mente es la de que  a de conocer la ley divina para cumplirla. El otro  objetivo de capital interés  para el bien de nuestro espíritu;  que es el consuelo, la resignación y la paciencia que El nos puede inspirar.
 Todos estamos en la Tierra para ser probados. Y muchos de expiación. Por eso el espirita a de amar al Señor; debe admirarlo y seguirlo hasta donde le sea posible;  en sus leyes y en sus ejemplos; pues así evitará que puedan acarrear la tribulación en esta vida y el sufrimiento en el espacio.
 Todo espirita debe portarse con la mayor humildad posible, frente a sus hermanos. La humildad es siempre un ejemplo de buenas manera, jamás nos compromete, ni es causa de disturbios ni de riñas. Esa humildad no debe ser nunca fingida, sino leal y sincera, siempre dispuesta a servir, debiéndose considerar inferior a sus hermanos, a de ser el servidor de todos. Nunca ara alardes de saber, ni de poseer facultades y menos de considerarlas extraordinarias, exponiéndolas siempre de manera prudente, sensata y con oportunidad.
 Todo espirita  debe ser caritativo, no abandonando  a su hermano en una crisis, ni en la dolencia ni en la miseria. Debe  ser,  la providencia terrena, sustentando en todo lo que pueda, a su hermano.
 En los centros espíritas donde reinen el amor y la adoración al Padre, en espíritu y verdad; la admiración, el respeto, y el amor al Señor; la indulgencia  la caridad y la humildad, no faltará la paz y armonía entre los hermanos. Por el contrario, su vida se deslizará más tranquila, sentirán el alma leve y alegre, porque muchas veces recibieran la influencia de los Buenos Espíritus. Harán gran progreso y tendrán una recompensa en el mundo espiritual, más de lo que pueden calcular.
Todo espirita que hace profesión publica de su creencia no debe jamás olvidarse de que, por donde pasa, por donde va  y el sitio que frecuenta está siendo observado y estudiado. Debe ser prudente en el hablar, en el obrar, en el pensar, pues si se olvida de las reglas que prescribe el Espiritismo, pueden caer en el ridículo, por no estar sus actos de acuerdo con la moral que el mundo espera de ellos.
 La Humanidad gime, llora, se desespera por lo mucho que sufre; el egoísmo  todo consume; las victimas de la maldad se suceden sin esperar; las religiones  se desviaron del camino; los hombres de bien, intermediarios entre  la Humanidad y la Providencia, son escasos; los espiritas estad encargados de traer la luz, ya que saben por qué  la Humanidad sufre  por qué llora, por qué se desespera; el espírita ha de sacrificarse, en explicarle  la causa de su sufrimiento, de sus lágrimas, de su desesperación, ha de demostrar que el dolor depura, eleva, santifica, exalta, y así cumplirá su misión.
 El espirita que desea hacer mucho bien a sus semejantes no debe perder de vista al Señor cuando lo azotaban atado al pilar, cuando lo coronaban de espinas, cuando cargaba la cruz, cuando consumaba su sacrificio, para saber imitarle en sus actos de amor por la Humanidad de abnegación y de sacrificio.
 De  ahí sus palabras:
“vosotros sois la sal de la tierra, si ella pierde su sabor, “con que se ha de salgar”
 Si el espirita debe ser prudente virtuoso, tolerante, humilde abnegado y caritativo, entre sus hermanos de ideal  y en el seno de la Humanidad, ¡cuanto más debe serlo  en la familia! Si son sagrados los deberes que hemos de cumplir entre nuestros hermanos y en la humanidad, mucho más lo son los que tenemos que cumplir en la familia. Porque debemos considerar que, más allá de los vínculos que en esta existencia nos unen con lazos indisolubles, tenemos siempre historias pasadas, que se enlazan con la historia presente.
 El espirita debe ver en la familia un grupo que le fue dado en custodia, y para el cual tiene muchos deberes que cumplir y muchos sacrificios que realizar. Por eso el esposo debe ser el apoyo y el sustentáculo de la esposa; debe amarla, respetarla, protegerla, aconsejarla, orientarla y proporcionarla en todas las circunstancias de la vida, lo que sea necesario. La esposa debe obediencia, amor, respeto y sinceridad al esposo, siendo este, para ella, siempre la primera persona a quien debe confiar sus secretos y todas sus tendencias, sin faltar jamás al respeto y a la obediencia, que debe al que Dios le dio como guía en este mundo de dolor.
 En lo referente a los hijos, su misión no está exenta de sacrificios, siendo a veces necesaria una abnegación a toda prueba, dirigida por el buen sentido del espirita. Debiendo sentir el mismo amor por todos sus hijos, no olvidando que los más necesitados  de su misericordia son los menos provistos de bondad y comprensión.
 Debe proceder con mucho cuidado  en la misión de la paternidad, para no dejarse arrastrar jamás por una atracción de causa desconocida, a favor de uno de sus hijos, ni por la frialdad que pueda sentir por otro. Sin olvidar que un hijo puede ser lo mismo un hermano de otra existencia al que amamos o un enemigo al cual debemos aprender a amar.
 El espirita  en todas las situaciones de la vida, ha de portarse como un buen hijo, buen esposo, buen padre, buen hermano y buen ciudadano;  así, como practicante  de la ley divina, cuyo sentido practico está en la enseñanza y en el ejemplo del Señor y maestro; será luz para iluminar a los que están a su alrededor, será mensajero de paz  y amor para todos; y llevará la paz  de las Moradas de la Luz  hasta los hombres de la Tierra.
 El espirita tiene un deber ante si mismo,  no ha de ser demasiado indulgente  para consigo mismo. Siempre encuentra medios para justificar su conducta, aunque esta no sea lo suficientemente correcta. Procura siempre disculpar  sus defectos y atenuar sus faltas. Tanto es asi, que escuchamos a menudo, de aquellos a quienes hablamos de espiritismo: “Yo no creo en nada, apenas acompaño a la  mayoría; pero en lo que concierne a la otra vida, creo que lo mejor es hacer todo el bien posible. Así, si existe alguna cosa después de esta vida, nada malo podrá acontecerme.
 Todo espirita debe ser muy severo consigo mismo, siendo siempre el primero y el más severo juez de si mismo. No olvidando que está en este mundo para luchar por causa de su atraso, de sus imperfecciones y de sus deficiencias, y que le urge librarse de todo aquello que es contrario al amor, a la virtud, a la caridad, a la justicia.
 Es muy difícil ser justo en todas las cosas, por eso el espirita debe todos los días hacer un examen de todo lo que sintió y realizó en la jornada transcurrida.  Sabiendo que hay tres formas de cometer faltas, por el pensamiento, por la palabra y por los actos.
 Las faltas por pensamientos provienen de pasiones injustas o mal contenidas, de no ser indulgente para las faltas  del prójimo, de codiciar cosas indebidas. El espírita puede sentir deseos condenados por la ley divina.
 El tiempo de vida en la Tierra es sumamente corto, y que el que pasaremos en el espacio es sumamente largo, siendo allá felices o infelices  según hayamos cumplido  o dejado de cumplir nuestros deberes espirituales. Por eso debe procurar el espirita  progresar en virtudes, en amor, en adoración al Padre, en respeto y veneración para con sus semejantes y no dudar  de que su felicidad será grande, y que habrán llegado a su fin los sufrimientos  y los males, que por tanto tiempo lo han afligido y lo han retenido tanto tiempo en un planeta de expiación.
 Sin olvidar que la Tierra es un lugar de expiación y dolor, y que el dolor purifica y eleva. El dolor es un medio por el que se progresa rápidamente, soportándolos con resignación y con calma, y hasta con alegría, llegaremos  a las más altas regiones, ascenderemos, él, es el medio  más seguro de alejarnos de las veleidades humanas.
 Ningún espirita debe dudar que  en el Reino de Dios no se entra por sorpresa, ni se alcanza la felicidad, sino después de la purificación.  Todo espirita que tenga grandes dolores manténgase fuerte, lleno de calma, de amor al Padre, de resignación y sumisión a la Justicia Divina. Y si a veces la tentación lo envuelve, que se defienda con la oración, con el amor por los que sufrieron antes que el, no olvidando jamás que, por detrás del dolor  soportado con alegría y calma vendrá la felicidad en la vida eterna.
 La rebelión aumenta el dolor, intensifica el sufrimiento, mientras la resignación  favorece la acción benéfica  de los Espíritus Superiores, siempre dispuestos a auxiliar  a los que sufren. La oración es el lenitivo de los dolores sin remedio. Por ella, el espíritu en prueba establece ligación fluidica con los Bienhechores Espirituales, que les darán alivio posible y la fuerza moral necesaria para soportar las pruebas hasta el fin.
 Nadie es perfecto en este mundo. Así como es  muy difícil encontrar en la Tierra quien este siempre en perfecto estado  de salud física, también es muy difícil encontrar a alguien con perfecta salud moral. Así como la atmósfera y las condiciones materiales  influyen directamente  en nuestro organismo  predisponiéndolo para las enfermedades, los elementos espirituales  que nos rodean influyen  sobre nuestra condición moral. Se aprovechan  de las cosas  más insignificantes, para provocarnos sufrimientos y malestar interior, objetivando mortificarnos o detenernos en la vía del progreso.
 La tentación no tiene siempre para todos los individuos el mismo carácter y las mismas formas. Lo mismo que los grados de virtud y de los defectos son multiples también son muchas las variedades de la tentación.
 En la Tierra, no tendremos jamás paz completa, si alguna vez llegamos a sentirla será de corta duración. Ante las penas ocultas  debemos ser fuertes y resistir y oponerles serenidad, paciencia y calma sin límites, ellas tienen un gran merito ante Dios y fortalecen mucho al espíritu encarnado.
Nunca debemos poner en duda que hay seres espirituales que nos aman y nos ayudan,   debemos confiar en ellos, pedirle ayuda, suplicarles la protección, cuando nos veamos apurados.
 El Espíritu aferrado a los intereses materiales, mientras  dura ese estado, es casi imposible que comprenda  y acepte el Espiritismo, es esa la barrera que retiene a la Humanidad.
 El apego al dinero es señal evidente de falta de caridad y amor al prójimo. Quien tiene ese apego no se encuentra en vías de realizar  grandes progresos.
 El espirita debe recordar que su felicidad no esta en la Tierra  sino en el Espacio. Por eso debe enriquecer su espíritu con virtudes y buenas obras. Y debe recordar que uno de sus grandes enemigos  es el amor al dinero, ósea el egoísmo, que es el peor y el más fatal enemigo del hombre.
 Si juntásemos todas las riquezas del mundo, nada serian  comparándolas  con las de nuestro Padre. Todas ellas fueron creadas para nosotros, sus hijos, que las recibiremos en propiedad y las disfrutaremos eternamente.
 Nosotros los Espiritas tenemos un tesoro en nuestras manos, es necesario resaltar esto, pues no todos  están en condiciones de comprender el Espiritismo y menos aun de practicarlo.  No podremos aun comprender  la verdad, mientras no nos despojemos de muchos errores, mientras nuestro amor  y nuestra bondad no hayan alcanzado cierto grado.
 El Espiritismo nos saca de todas las dudas,  nos libera de todos los errores, nos ilumina la inteligencia, nos fortalece el espíritu en la lucha contra las preocupaciones. Pudiendo el espirita si no es indolente  realizar todo cuanto desea para su bien.
 El espirita debe estudiarse a si mismo, para llegar a conocerse, cosa que a veces es un poco difícil, mayormente si el instinto del orgullo y de la vanidad predomina aun en el.
 El espírita debe observar si fácilmente se ofende por cualquier contrariedad o palabra que lo mortifica. Y eso es así,  eso acontece, porque el amor propio desmedido, sinónimo de vanidad está enraizado aun en su espíritu. Debiendo someterse a humillaciones, evitando que esas le afecten, hasta aprender a  sufrir desprecios y desengaños  sin perder la serenidad.
 Si el espirita siente que posee alguna pasión o vicio que puede llevarlo a la caída, habrá de ser valiente, y aunque le cueste la vida, tendrá que cortarlos por la raíz. Pues vale más sufrir mucho, por hacer desaparecer un vicio  y adquirir una virtud, que no sufrir nada dando  redes a la pasión. Vale más sufrir que sucumbir. Antes la muerte del cuerpo, que la perturbación y el atraso del espíritu.
 El espirita no debe ser impertinente, ni tener mal genio,  ni ser precipitado, ni murmurar, pero si, ha de ser paciente, debe saber perdonar las faltas ajenas, ser amable cuanto sea posible, servicial  y debe procurar el bien de sus subordinados, ya sea en la familia o en el ámbito de su posición social, debe crear una aureola de buenas influencias y de confianza y de respeto; consolar a los que sufren, hasta donde sus fuerzas lo permitan.
 Para conseguir esa vida ascendente de perfección, no podemos olvidar que necesitamos la protección de los Grandes Espíritus, y que no debemos dudar de ellos, siempre que nos coloquemos en condiciones de recibir sus influencias. A medida que mejoramos llamamos más la atención de los Buenos Espíritus.
 En el Espiritismo no existen categorías, más si espiritualmente, ellas son muy conocidas en el mundo Espiritual, e infeliz de aquellos que no sepan respetarlas, sin conocer las clasificaciones pueden intercambiar el orden de los factores, a de procurarse ser un buen discípulo ahora, hasta que la providencia nos llame para  desempeñar una misión más alta.
 Las personas virtuosas y entendidas hacen mucha falta, para proyectar una luz  como es el espiritismo. Esas personas son muy procuradas por los Buenos Espíritus.
 Cuando surjan señales y acontecimientos extraordinarios que no se pueden evitar, aunque contraríen y perjudiquen, y tengáis ante vosotros la llamada del espiritismo para que entréis en servicio, aceptarlo a gusto.
 Tenemos un gran Maestro, es a El a quien debemos seguir, sobre todo los jóvenes que son el futuro de la Humanidad.
 Confiad en El, Juventud Espírita, y no desmayéis en el camino, Adoremos al Padre y amemos al Señor por su gran amor.
 Trabajo realizado por Merchita
Extraído del libro el Tesoro de los Espiritas de Miguel Vives.

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¿SOMOS INVISIBLES?



¿Somos invisibles? Es probable que, en algún momento, la mayoría de nosotros se haya cuestionado de esa manera.

Tal situación ocurre cuando nos adentramos en una tienda y el funcionario nos ignora.

O delante de un mostrador de alguna aerolínea, intentando saber si el vuelo está en el horario. También en algunas reparticiones públicas buscando informaciones.

El responsable, o sea la persona o personas que allí se encuentran simplemente ignoran la indagación, el pedido, la presencia.

Es como si fuésemos invisibles. Para nosotros que lidiamos con la inmortalidad, que estudiamos acerca de la vida que nunca cesa, el primer pensamiento que nos ocurre cuando nos sentimos ignorados es: ¿Será que morí y no me di cuenta?

Por acaso, ¿he cruzado la aduana de la muerte sin percibirlo? ¿Será por eso que las personas no me ven, no me contestan?

Sin embargo, más allá de tales situaciones, de un modo general casi todos nos movemos en el mundo sin dar atención a los demás.

Por eso caminamos por la calle, mirando adelante, atentos al semáforo, a las señales de tránsito, a los nombres de las calles, a los números, sin mirar a nuestro alrededor.

Es común que atropellemos a las personas, si no estamos atentos a sus presencias. Atropellamos y seguimos adelante buscando nuestros objetivos, sin detenernos siquiera para pedir disculpas.

O para auxiliar a la persona a recoger lo que se cayó  con nuestro tropiezo. Muchas veces es la propia persona que pierde el equilibrio y se cae al suelo.

Algo semejante ocurre cuando las puertas de los autobuses se abren y salimos como quien necesita apagar un incendio más adelante.

Existen aquellos que abren camino por la fuerza, golpeando con la mochila que traen a las espaldas a aquellos que aguardan en las filas, siguiendo en frente.

Pisan en los pies ajenos, pero siguen caminando. En el ansia de alcanzar rápidamente su destino, arrastran consigo lo que encuentran en el camino: paquetes, libros... de otras personas.

Pero nunca se detienen a pedir disculpas.

Porque nada ven, nada sienten, nada perciben. Solo ellos existen en el tránsito.

En las filas del cine, supermercados, bancos, oficinas, la cuestión no es muy diferente.

Personas que dicen tener prisa, con compromisos urgentes, se adelantan a otras que aguardan hace mucho tiempo.

Para ellas, no existe nadie más allá que ellas mismas, su problema, su dificultad.

* * *

Si estamos en la lista de personas precipitadas, insensibles, que solo ven a sí mismas, detengamos el paso.

Miremos alrededor, observemos, respetemos a los que comparten con nosotros el mismo autobús, la misma cafetería, la misma repartición pública.

El hecho que tengamos de arreglar muchas cuestiones no está disociado de la posibilidad de ser gentiles, suaves, atentos.

Eso no nos impide mirar alrededor, ceder el asiento a una persona más vieja, a una embarazada, alguien con dificultad física.

Pensemos que, así como nosotros no deseamos ser tratados como invisibles, no debemos proceder de igual manera con relación a los demás.

Somos todos humanos, necesitados unos de los otros.

Por lo tanto, actuemos como quien se alzó a la Humanidad y desea seguir el camino rumbo al ser angelical, nuestro siguiente paso.

Redacción del Momento Espírita.

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El Espiritismo y la guerra


EL ESPIRITISMO Y LA GUERRA


Un  velo de tristeza y de duelo cubre y se extiende sobre el país que sufre una guerra. Muchos son los hermanos que lloran por la pérdida de sus seres amados.

Es preciso en presencia de tal cúmulo de males proyectar el pensamiento hacia los principios eternos que rigen a las almas y a las cosas. Solo en el Espiritismo encontramos  la solución de los múltiples problemas que un drama así plantea. En el beberemos los consuelos capaces de mitigar el dolor.

Muchos son los que preguntan:

-¿ Por qué permite Dios tantos crímenes y calamidades?.

Ante todo, digamos que Dios respeta la libertad humana, por cuanto ésta es el instrumento de todo progreso y la condición esencial de nuestra responsabilidad moral. Sin libertad – vale decir, sin libre arbitrio – no habría ni bien ni mal y, por tanto no existiría posibilidad de progreso.

Es ese principio de la libertad, que constituye a la par la prueba y la grandeza del hombre, puesto que le confiere el poder de escoger y de obrar; es el origen de los esplendores morales para aquel que esté resuelto a elevarse.

¿ Acaso en una guerra no se ve, a unos que se rebajan por debajo del nivel de la animalidad y a otros que, con su consagración y auto sacrificio alcanzan las alturas de lo sublime?.
Para los Espíritus inferiores, como lo son la mayoría de los que pueblan la tierra, el mal es el resultado inevitable de la libertad. Pero dios, en su honda sabiduría y su conciencia infinita, del mal cometido sabe extraer un bien para la humanidad.

Colocado por encima del tiempo, domina El  la serie de los siglos, en tanto nosotros, nos cuesta trabajo aprehender el eslabonamiento de las causas y sus efectos. De todos modos, tarde o temprano y sin lugar a dudas suena la hora de la justicia eterna.

Sucede a veces que los hombres, olvidando las leyes divinas y la finalidad de la vida, resbalan por la pendiente del sensualismo y se hunden en la materia. Entonces, todo lo que constituía la belleza de su alma queda velado y desaparece, dando lugar al egoísmo, la corrupción y el desarreglo en todas sus formas. Llegándose a no tener otros ideales que la fortuna y los placeres. El alcoholismo y la disipación ciegan las fuentes de la vida. Y para tantos excesos solo queda un remedio: ¡el sufrimiento!. Las bajas pasiones emanan fluidos que poco a poco van acumulándose y terminan por resolverse en catástrofes y calamidades: de ahí las guerras.

No faltan advertencias y consejos. Pero los seres humanos hacen oídos sordos a las voces del Cielo. Dios nos deja hacer, pues sabe que el dolor es el único medio eficaz para reconducir a los hombres a miras más sanas y sentimientos más generosos.

Desde el punto de vista material, Dios puede impedir que se desencadene una guerra. Pero, desde el punto de vista moral, no puede hacerlo, puesto que una de sus leyes suprema exige que todos – tanto los individuos como las colectividades – suframos las consecuencias de nuestros actos. La conciencia publica, el sentimiento del deber, la disciplina familiar son los atributos necesarios para que los pueblos sean grandes y no se debiliten con procesos de profunda corrupción.

En el Universo hay una Justicia que se pone en acción para dar fuerzas y asistir a la humanidad enferma y descontrolada.

No basta tener a cada instante el nombre de Dios en los labios, es mucho mejor para el hombre el guardar sus leyes inmutables en su corazón.

Las mentiras y la perfidia, la violación de los tratados y el incendio de las ciudades, la masacre de los débiles y de los inocentes no pueden encontrar justificación ante la Divina Majestad.

Todo mal cometido se vuelve, con sus efectos,  contra la causa que lo produjo. Así, la violación del derecho de los débiles se vuelve también contra los poderes que lo ultrajan.

De las regiones arrasadas ascienden hacia el Cielo gritos de angustia, y el Cielo no hace oídos sordos a los llamados de desesperación. Los poderes vindicativos del Más Allá entran en acción. Detrás de los que perecen en las guerras otros surgen, hasta que los invasores flaquean y horrorizados ven que el destino se ha puesto contra ellos.

Aquellos que han muerto regresan al Espacio con la aureola del deber cumplido: su ejemplo inspirara a las generaciones por venir.

La lección que se desprende de las guerras consiste en que el hombre debe aprender a elevar sus pensamientos por sobre los tristes espectáculos de este mundo y dirigir sus miradas hacia ese Más Allá de donde le vendrán los socorros, las fuerzas necesarias para emprender una nueva etapa hacia el grandioso objetivo que se le ha asignado.

El depositar la mente y el corazón en las cosas materiales nos demuestra que la materia es inestable y precaria. Las esperanzas y glorias que promete carecen de futuro. No hay fortuna ni poder terrenal alguno que este a cubierto de las catástrofes que puedan sobrevenir. Ninguna riqueza o esplendor es realmente duradero, sino son los del Espíritu inmortal. Solo el es capaz de transformar las obras de muerte en obras de vida. Pero, para comprender esta profunda ley es menester la escuela del sufrimiento.

Así como el rayo de luz debe ser descompuesto por el prisma para producir los brillantes colores del arco iris, de igual manera el alma humana tiene que ser quebrada por las pruebas para que irradie todas las energías y todas las grandes cualidades que en ella dormitan.

En medio de la desgracia, sobre todo, es cuando el hombre piensa en Dios. Tan pronto como las ardientes pasiones suscitadas por el odio y la venganza se hayan  apaciguado, y cuando la sociedad retome su normal ritmo de vida, comienza la misión de los espiritistas. Es entonces cuando tendrá que consolar duelos y curar las llagas morales, y reconfortar a las almas laceradas

Bajo la lenta, profunda y eficaz acción del dolor, incontables seres se tornan accesibles a las verdades cuyos depositarios responsables somos.

Sepamos, pues, los espiritas aprovechar las trágicas circunstancias que atravesamos en una guerra, y la Providencia sabrá obtener que de ellas resulte un bien para la humanidad.

Todas las almas fuertes que en medio de la tormenta han mantenido su serenidad pedirán, junto con nosotros y con total confianza, que las pruebas sufridas en una nación en guerra, hagan vibrar en las almas sentimientos de honor, unión y  concordia que son medios poderosos de elevación. Por su intensidad, esos sentimientos pueden reaccionar contra las plagas de la sensualidad, el egoísmo, y el personalismo excesivo en los ganadores.

Antaño la guerra tenía su trágica belleza, su grandeza. Se luchaba a campo raso, alta la frente y con las banderas desplegadas. Hoy en día, no hay más que trampas, emboscadas, asechanzas. En los trabajos de la paz como en los de la guerra, los hombres han desnaturalizado empequeñecido y rebajado cuanto fuese grande. Alevosía, perfidia y mentira, son los principios habituales.

Las almas de los muertos no son, como creen algunos, entidades vagas e imprecisas. Cuando han alcanzado los grados superiores de la jerarquía espiritual se convierten en poderes irresistibles, en centros de actividad y de vida capaces de ejercer su acción sobre la humanidad terráquea.

Por medio de la sugestión magnética  pueden inspirar a aquellos a quienes han elegido, haciendo germinar en ellos la idea directriz e incitándolos a actos decisivos que coronara su obra. De esta manera los invisibles se mezclan en las acciones de los vivientes para la realización del bien y el cumplimiento de la justicia eterna.

Cuando se lucha en defensa de los débiles y la liberación de los oprimidos los poderes invisibles, las fuerzas divinas se entregan a la labor por ser lucha grande y sagrada, la lucha de la libertad, el derecho y la justicia, contra la brutalidad armada y el despotismo cínico y grosero.

La lucha formidable que se desarrolla entre las naciones y las razas, y las convulsiones que agitan al mundo, plantean los más graves problemas. Ante este gran drama, la mente humana, ansiosa, se formula mil preguntas.

Y hay horas en que la duda, la inquietud y el pesimismo invaden los espíritus más firmes y resueltos.

El progreso, ¿es tan solo una quimera?.  ¿ Será sumergida la civilización por la ola ascendente de las pasiones brutales?.
Los esfuerzos de los siglos por realizar la justicia, la solidaridad y la paz dentro de la armonía social ¿resultaran vanos?.

Las concepciones del arte y el genio del hombre, los frutos del pesado e inmenso trabajo de millones de cerebros y de brazos, ¿ van a desaparecer arrasados por la tormenta?.

El pensador Espiritualista sondea ese abismo de males sin sentir vértigo. Del caos de los acontecimientos extrae la gran ley que todo lo rige. Antes que nada recuerda que nuestro planeta es una morada muy inferior, un laboratorio donde son bosquejadas las almas todavía jóvenes, con sus confusas aspiraciones y sus pasiones desordenadas.

 Para que las energías, que dormitan ignoradas y mudas en las tinieblas del alma, salgan a la luz, sean necesarios los desgarramientos, angustias y lagrimas. Ninguna grandeza puede haber sin el sufrimiento, ninguna elevación sin las pruebas.

Si el hombre estuviese exento de las vicisitudes de la suerte, privado de las rudas lecciones  de la adversidad, ¿podría templar su carácter, desarrollar su experiencia, valorizar las ocultas riquezas de su alma?.

Puesto que el mal constituye una fatalidad en nuestro mundo ¿no existe responsabilidad para los perversos?. Creer que no la hay seria un error funesto: en su ignorancia y ceguera el hombre siembra el mal y las consecuencias de este recaen pesadamente sobre él mismo, así como sobre todos aquellos que se asocian a sus acciones viles. Tal lo que esta sucediendo en esta hora que vivimos.

Dos poderosos monarcas uno protestante y otro católico por ejemplo pueden desencadenar una guerra , preparándolo, calculándolo y combinándolo todo para obtener una victoria aplastante.
Pero las fuerzas divinas, los poderes espirituales, intervienen en el conflicto, inspirando heroicas resistencias a las naciones amenazadas y haciendo surgir en ellas tesoros de valor, que anteriormente podrían venir acumulando en el fondo de las almas.

Detrás de la humareda de las pasiones que sube desde la tierra, se siente la presencia de un tribunal superior invisible que aguarda el desenlace de los conflictos, para reivindicar los derechos de la eterna justicia. De una manera vaga los combatientes sienten esas cosas, tiene la intuición de que la causa que están defendiendo es justa o injusta y tal impresión va cundiendo poco a poco por todo los rincones del país.

Estas tormentas barren las frivolidades y liviandades con todo lo pueril y mundano, para dejar en pie tan solo aquello que hay en el hombre de mas sólido y mejor.

Sin duda alguna, subsisten a un en las almas muchos gérmenes de inmoralidad, corrupción y decadencia después de una guerra, hasta el punto de que a veces podríamos preguntar si esta lección tremenda ha servido para curar los vicios. En cambio de ella, ¡cuantas existencias ficticias, estériles o desordenadas se han hecho mas sencillas y fecundas, o mas puras!.

En ciertos aspectos, la vida pública y la privada experimentan una transformación radical. Esa depuración de los hábitos y de los caracteres trae consigo la depuración del pensamiento, sea cual fuere  la forma en que este se exprese. El hombre parece haberse desembarazado para mucho tiempo de esa psicología mórbida, de esa pornografía de baja ralea, venenos de las almas que hacían considerar una nación en decadencia.

Claro esta, no echamos al olvido el penoso cortejo de calamidades engendradas en una guerra: las hecatombes espantosas, las vidas desperdiciadas, las ciudades saqueadas o destruidas, violaciones e incendios, ancianos, mujeres y niños despojados, asesinados o mutilados, el éxodo de los rebaños humanos que huyen de sus casa desbastadas: en una palabra, el espectáculo del dolor humano en lo que tiene de más intenso y pungente.

Pero,( todo espirita sabe) la muerte no es sino una apariencia: al desprenderse el alma de su envoltura material adquiere mayor fuerza, una mas justa percepción de las cosas, y el ser vuelve a encontrarse mas vivo en el Más Allá.

El dolor depura el pensamiento, ninguna pena es perdida, ninguna prueba queda sin compensaciones. Los que han muerto por su país cosechan los frutos del sacrificio, y los sufrimientos de los que sobreviven transmiten a su peri espíritu ondas de luz y gérmenes de felicidades venideras.

En cuanto a la cuestión del progreso: solo es real y duradero el progreso a condición de que se opere en forma simultánea en sus dos aspectos, el material y el moral.

Porque el progreso material es, con demasiada frecuencia, un arma puesta al servicio de las bajas pasiones.

La ciencia a provisto a los hombres modernos de formidables medios destructivos: maquinas de todo tipo, explosivos poderosos, cápsulas incendiarias, dispositivos para arrojar combustibles encendidos, gases asfixiantes o corrosivos etc. Aviones y tanques, amplían grandemente el campo de acción de las matanzas. Todos los perfeccionamientos de la ciencia, hacen desgraciados al hombre cuando este sigue siendo malo. Y tal situación se prolongara hasta que la educación del pueblo siga falseada y sigan ignorando los hombres las leyes del Ser y del destino, así como el principio de las responsabilidades, con sus repercusiones a lo largo de las renacientes existencias del hombre.

En lo que atañe al progreso moral, es lento y poco menos que imperceptible en la tierra, por cuanto, la población del globo va aumentando sin tregua con seres que provienen de mundos inferiores al nuestro. Y los Espíritus, que llegan, entre nosotros, a cierto grado de adelanto, evolucionan con provecho hacia humanidades mejores. De ello resulta que el nivel general varia poco y las cualidades morales de los individuos siguen siendo raras y ocultas.

El hombre deberá subir aun los duros peldaños del Calvario, a través de espinos y agudas piedras. Las calamidades son el cortejo inevitable de las humanidades atrasadas, y la guerra es la peor de todas. A no ser por ellas, el hombre poco evolucionado se demoraría en las futilezas del camino o se aletargaría en la pereza y el bienestar. Le hace falta el látigo de la necesidad, la conciencia del peligro, para forzarlo a poner en acción las fuerzas que dormitan en él, para desarrollar su inteligencia y afinar su juicio. Todo cuanto esta destinado a vivir y crecer se elabora en el dolor. Hay que sufrir para dar a luz: esa es la parte que toca a la mujer. Y hay que sufrir para crear: esa es la parte que toca al genio.

Las cualidades viriles de una casta se ponen de relieve con más brillo en las horas trágicas de su historia. Si la guerra desapareciera, se extinguirían con ella muchos males, gran numero de errores, pero ¿no genera también el heroísmo, el auto sacrificio, el desprecio por el dolor y la muerte?. Y esas son las cosas que hacen la grandeza del ser humano, las que lo elevan por encima del irracional.

Espíritu  imperecedero, el hombre constituye un centro de vida y acción que de todas las vicisitudes y pruebas – aun las mas crueles-  debe hacer otros tantos procedimientos para irradiar cada vez mas las energías, que duermen en los mas recónditos hondones de si mismo.

Las grandes emociones nos hacen olvidar las preocupaciones pueriles – a menudo frívolas –de la vida, abriendo en nosotros las influencias del Espacio.
 En los mundos evolucionados, entre las humanidades superiores a la nuestra, las calamidades no tienen ya razón de ser. La guerra no existe allí, pues la sabiduría del Espíritu ha puesto fin a toda causa de conflicto. Los que moran en las esferas venturosas, iluminados por las verdades eternas y poseedores de los poderes de la inteligencia y el corazón, no necesitan ya de esos estimulantes para despertar y cultivar los escondidos recursos del alma.

El sufrimiento es el gran educador, así de los individuos como delos pueblos. Cuando nos apartamos del recto camino y resbalamos hacia la sensualidad y descomposición moral, el sufrimiento, con su aguijón, nos hace volver a la senda del bien. Tenemos que padecer para desarrollar en nosotros la sensibilidad y la vida. Es esta una ley seria, y austera, fecunda en resultados. Hay que sufrir para sentir y amar, para crecer y elevarse. Solo el dolor pone termino a los furores de la pasión, despierta en nosotros las reflexiones profundas, revela a las almas lo que en el universo hay de más grande, bello y noble: la piedad, la caridad y la bondad...

Es tiempo ya de que el hombre aprenda a conocerse a si mismo gobernar las fuerzas que en él residen: si supiera que todos los pensamientos y todos los actos egoístas, o envidiosos, contribuyen a acrecentar los poderes maléficos que sobre el se ciernen, alimentando las guerras y precipitando las catástrofes, cuidaría más su conducta y con ello muchos males serian atenuados.

Solo el espiritismo puede ofrecer esta enseñanza. Todos los espiritas tiene el deber de difundir en su entorno la luz de las eternas verdades y el bálsamo de las consolaciones celestiales, tan necesarias en las horas de pruebas que atravesamos.

Es menester asistir a la humanidad dolorida y ofrecerle las perspectivas reconfortantes de lo invisible, del Más Allá, demostrándoles la certidumbre de la supervivencia del alma, el júbilo del reencuentro para aquellos a quienes la muerte separo.

Es menester que vallamos al pueblo que carece de ideal, a los humildes y pequeños a los cuales el materialismo engaña, pues solo sabe desarrollar en ellos la avidez de placeres y los sentimientos de odio y envidia, debemos ir a ellos llevándoles la enseñanza moral, la alta y pura doctrina que alumbra el porvenir y nos muestra como la justicia se consuma por medio de las vidas sucesivas.

Todos los que, amando la justicia, la buscan en el ámbito estrecho que su mirada abarca, rara vez la encuentra en las obras del hombre, en las instituciones de este bajo mundo. Ensanchemos, pues, nuestros horizontes: entonces la veremos expandirse en la serie de nuestras existencias  a lo largo de los tiempos, por el simple mecanismo de los efectos y las causas. Tanto el bien como el mal se remontan siempre a su fuente de origen. El crimen recae siempre sobre sus autores. Nuestro destino es obra de nosotros mismos, pero solo se esclarece por el conocimiento del pasado. Para captar su eslabonamiento hay que ir mas arriba y contemplar desde allí, en su conjunto, el panorama viviente de nuestra propia historia. Ahora bien, esto Serra solo posible para el Espíritu que se encuentre desprendido de su envoltura carnal, ya sea por medio de la exteriorización durante el sueño, ya debido a la muerte. Entonces, las sombras y contradicciones del presente surge para él viva luz. La gran ley se le aparece en la plenitud de su brillo y en su soberana majestad, regulando la ascensión de los seres.

La verdad, para descubrirla, hay que elevarse hasta las regiones serenas a las que no llegan las pasiones políticas y donde no reinan los intereses materiales. Interroguemos a los grandes muertos – e inspirémonos con sus consejos. Ellos nos confirmaran la existencia de esas leyes superiores fuera de las cuales toda obra humana es impotente y estéril. º
A pesar de ciertas teorías, lo que hace falta sobre todo, para realizar la paz social y la armonía entre los hombres, es el acuerdo íntimo de las inteligencias, las conciencias y los corazones. Solo puede darlo una gran doctrina, una revelación superior que trace el rumbo humano y fije los deberes comunes.

En la historia del mundo las calamidades son muchas veces signos precursores de nuevos tiempos, el anunciado de que se esta preparando una transformación y la humanidad va  a experimentar profundos cambios.

La muerte ha causado numerosos vacíos entre los hombres, pero Entidades mas evolucionadas vendrán a encarnar en la tierra. Las incontables legiones de almas liberadas por las contiendas bélicas se ciernen sobre los hombres, ávidos de participar en sus trabajos y esfuerzos, de comunicar- a los que aquí dejaron- confianza en Dios y fe en un futuro mejor. Su acción se extiende y va imponiéndose cada vez más. Y suscita testimonios inesperados que, a veces, provienen de muy arriba. Como un diario de 1919 titulado “El hombre libre” que en su edición decía:

“Nuestros muertos queridos, están al lado de nosotros y la humanidad se compone de mayor numero de difuntos que de vivientes. Somos gobernados por los muertos”.

Hoy en día, un gran soplo esta pasando sobre el mundo y lleva a las almas hacia una síntesis, en la que cuanto hay de bueno y verdadero en las antiguas creencias viene a agregarse a las obras de la ciencia y del pensamiento moderno, para estructurar el instrumento por excelencia de la educación y la disciplina sociales.

A veces, las sombras se tornan más densas y se hacen más negras la noche en torno nuestro. Se multiplican los peligros y terribles amenazas pesan sobre la civilización.
 Pero en esas horas sentimos que nuestros grandes hermanos del Espacio están más cerca de nosotros. Sus fluidos vivificantes nos sostienen y penetran. Gracias a ellos se encienden en el horizonte resplandores de aurora que iluminan nuestra ruta.

En medio del caos de los acontecimientos, un mundo nuevo se esboza...



-----Extraído por Merche del libro de León Denis....El mundo invisible y la Guerra----


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    VENIDA DEL REINO

   “El reino de Dios no viene con apariencia exterior”-Jesús-
( Lucas 17,20)

Las agrupaciones religiosas del mundo, casi siempre permanecen  
preocupadas por las 
conversiones ajenas. Los creyentes más entusiastas anhelan 
transformar las concepciones de los amigos. En vista de eso, en todas partes somos 
enfrentados por hermanos afligidos por la dilatación del proselitismo en sus círculos de 
estudios.
   Semejante actividad no siempre es útil, por cuanto en muchas ocasiones puede perturbar 
elevados proyectos en realización.
   Afirma Jesús que el Reino de Dios no viene con apariencia exterior. Es siempre ruinosa la 
preocupación por demostrar, pompas y números, vanidosamente, en los grupos de la fe. 
Expresiones transitorias del poder humano no testifican el Reino de  Dios. La realización 
Divina comenzará en lo íntimo de las criaturas, constituyendo gloriosa luz del templo interno. No surge a la apreciación común, porque la mayoría de los hombres transitan semi ciegos a 
través del túnel de la carne, sepultando los errores del pasado culpable.
   La carne es digna y venerable, pues es vaso de purificación, recibiéndonos para el rescate 
precioso; entre tanto para los espíritus redimidos significa muerte o transformación 
permanente. El hombre carnal en vista de las circunstancias que le gobiernan el esfuerzo, 
puede ver solamente lo que está muerto o aquello que va a morir. El Reino de Dios entretanto, divino e inmortal, escapa naturalmente a la visión de los humanos. 
( Capítulo de “Camino, Verdad y Vida”). 

    Vemos por doquier como en nuestros días  surgen sectas y religiones antíguas y modernas, 
así como nacen o intentan implantar otras nuevas. Parece que todas ellas se disputan el 
monopolio de la Verdad , de la religiosidad o del “Reino de Dios”, del que parecen disponer  en exclusiva, dando por erróneas las demás concepciones e intentando conquistar cada vez 
mayores cuotas de seguidores y adeptos.
    Por eso, las religiones, en sus pretensiones de ser las únicas portadoras de toda la Verdad 
Absoluta, se volvieron intransigentes en sus interpretaciones de los libros sagrados y en sus 
dogmas, y creyendo que es una obligación moral o algo que Dios les pide, han tratado siempre de hacer el mayor proselitismo posible, que a veces en su fanatismo ha llegado hasta la 
violencia. Por eso las religiones siempre han sido el principal detonante y excusa para entablar las guerras, los atropellos  y las muertes , poniendo por delante el  nombre de Dios, como si 
Dios fuese alguien a quien gustase la violencia y la guerra. Es como si la seguridad doctrinaria 
de las personas religiosas necesitara alimentarse de más adeptos que sostengan y comulguen 
de igual modo que ellos: La seguridad que ofrece el grupo a un ser social como lo es el hombre, y cuanto mayor sea el grupo, más seguridad siente dentro de él.  Por eso existe un afán de 
proselitismo infinito, que a veces  lamentablemente también, se aprecia en las filas espíritas, 
confundiéndolo con el natural entusiasmo que debe acompañar nuestras disertaciones y actos cuando estamos convencidos de la verdad que encierran,  pero  nunca debemos olvidar que 
siempre esta clase de verdades son de carácter subjetivo, particulares de cada espíritu cuando las conquista. Y este afán de conquistar las conciencias a base de creencias, en sí no es malo, 
siempre – claro está -, que estas creencias lo sean en valores morales y éticos. Sin embargo 
este afán, tantas veces ardiente y desmedido por conquistar las conciencias y creencias ajenas, tal vez esté reflejando un ansia de reafirmación de nuestras propias inseguridades íntimas en 
cuanto a conceptos y valores trascendentes. 
    Esto a veces no resulta un factor positivo para quienes soportan este  afán “misionero” de 
quienes tratan con tanto énfasis de “salvar sus almas”, o de”guiarles hacia Dios” por el “camino recto”, pues una vez convencidos de cuestiones dogmáticas externas, sin una relevancia 
profunda, les puede llevar a creer  o aceptar un Reino de Dios que les llega desde el exterior, 
envuelto en pompas, ceremonias y rituales religiosos , en los que su asistencia presencial o 
incluso participativa en ellos, ya les son suficiente para sentir a Dios o llegar a Él. Sin embargo el desarrollo espiritual o el Reino de Dios en cada persona, es algo que el hombre debe 
conquistar por sí mismo, trabajando dentro de sí, individualmente, en medio de las luchas de 
cada día y cuando el impulso evolutivo natural le induce a ello. Es entonces cuando el hombre hace preguntas y busca respuestas en las filosofías y en las religiones que encuentra en su 
camino, esperando solo respuestas concretas y claras sobre estas cuestiones, conforme surgen. Así el ser humano va buscando y dando forma a su parcela  íntima de esa Verdad Una y Total que anhela.
    Sin embargo el proselitismo de unos, envuelto a veces en cierto afán de protagonismo y de 
fanatismo, lleva a los demás a recibir una información o unos planteamientos que no buscaba 
porque no sentía todavía su necesidad. Como consecuencia, esto les puede causar cierta 
turbación o confusión espiritual, o, en otros casos, a provocar cierto estado de conformidad, 
que a su vez les lleva a adoptar una creencia que les viene de lo externo, pero que no es nacida y madurada en el interior de su alma, o a una actitud estática e inerte de comodismo espiritual, pero con la íntima inquietud ante la no aceptación real y profunda de una creencia para la que 
internamente no están todavía maduros para poder comprenderla y asumirla en lo más íntimo, lo cual les impide por mucho tiempo, el poder descubrir ese Reino de Dios que nace, crece y se agranda y madura en cada uno de nosotros, cuando asimilamos nuestra parcela del Camino, Verdad y Vida, particulares de cada uno, y en la justa medida del particular momento evolutivo personal.
   Por supuesto, es conveniente y necesario, dar de comer al hambriento, no solo con el pan 
material, sino también con el alimento espiritual del conocimiento y esclarecimiento, pero no podemos ni debemos empachar de un conocimiento o de una fe que no solicita o no necesita 
todavía, si le damos más de lo que su madurez espiritual permite. En un vaso pequeño no se 
puede verter un jarrón de agua sin que esta desborde el vaso, por eso, hay que dar orientación, enseñanza y consejo moral, pero solo en la medida en que se nos requiere, y naturalmente,
 siempre que nosotros poseamos en cantidad suficiente de aquello que se nos reclama y 
teniendo presente que absolutamente nadie estamos en posesión de la Verdad absoluta.  De 
otro modo, puede ser esto un factor decisivo de desviación o de desengaño espiritual en la otra persona, que tratará de seguir esperando o buscando el Reino de Dios fuera de sí mismo, con 
la inteligencia y la voluntad anestesiadas por los conceptos, preconcepetos y rituales que 
pretenden ser el camino mejor o el camino exclusivo para llegar al Padre, con la consiguiente 
responsabilidad que ello comporta.
   La evolución espiritual no se desarrolla a saltos, sino de un modo gradual, paso a paso, tal vez, incluso lento, pero seguro para nuestras percepciones humanas, pues Dios no tiene prisa y 
conoce perfectamente que tenemos una eternidad por delante para crecer hacia Él. 
   Por tanto, no pretendamos acelerar el caminar evolutivo de quienes creamos en un escalón 
inferior al que nosotros ocupamos en la escala evolutiva espiritual, solamente por 
diferenciación en cuanto a creencias o conocimientos que consideramos escasos o 
equivocados. Los conocimientos no nos “salvan”, sino las acciones, y a veces personas de 
escasos conocimiento espiritual, desarrollan una actividad y demuestran un nivel superior al 
resto de la media, precisamente por las virtudes que demuestran con la actividad de sus vidas.
   La materia nos es necesaria para evolucionar, pero precisamente esa misma materia es la que no nos deja ver ni comprender los objetivos claros de la evolución del ser espiritual y del 
sentido de la existencia humana. Por eso se afirma que el Reino de Dios es inmortal e
 inmaterial, por lo que  escapa a los sentidos de la carne que es capaz de percibir solamente lo 
externo. 
   Cuando Emmanuel habla del hombre carnal, se refiere al común de las personas que solo 
pueden ver y pensar en la materia y desde la materia lo que les da una percepción muy corta y 
limitada. Sin embargo el Reino de Dios es espiritual, lo que significa que deberemos buscarlo y hallarlo  desde nuestro espíritu, eterno e inmaterial y hacerlo con una mente clara, limpia de 
preconceptos, y utilizando el gran libro sagrado que naturalmente Dios nos ha dado: la 
capacidad de razonar con la mente y de percibir con el corazón.

- Jose Luis Martín-

                                                                                             *********************


SÓCRATES Y PLATÓN, PRECURSORES DE LA IDEA CRISTIANA Y DEL ESPIRITISMO.

Del hecho que Jesús debe haber conocido la secta de los Esenios, sería errado concluir que tomase de ella su doctrina, y que, si hubiese vivido en otro medio, habría profesado otros
principios. Las grandes ideas no surgen nunca súbitamente; las que tienen por base la verdad tienen siempre sus precursores que les preparan parcialmente los caminos; después, cuando
llega su tiempo, Dios manda a un hombre con la misión para resumir, coordinar y completar estos elementos esparcidos y formar con ellos un cuerpo; de este modo, no llegando la idea bruscamente, a su aparición, encuentra Espíritus dispuestos a aceptarla. Así sucedió con la idea cristiana, que fue presentida muchos siglos antes de Jesús y de los Esenios, y de la cual Sócrates y Platón fueron los principales precursores. Sócrates, de la misma forma que Cristo, nada escribió, o por lo menos no dejó ningún escrito; como él, murió como los criminales, víctima del fanatismo, por haber atacado las creencias tradicionales, y colocado la virtud real sobre la hipocresía y el simulacro de las formas; en una palabra: por haber combatido los prejuicios religiosos. Así como Jesús fue acusado por los fariseos de corromper al pueblo con sus enseñanzas, también como él, fue acusado por los fariseos de su tiempo, porque los ha habido en todas las épocas, de corromper a la juventud, proclamando el dogma de la unidad de Dios, de la inmortalidad del alma y de la vida futura. Del mismo modo que no conocemos la doctrina de Jesús más que por los escritos de sus discípulos, tampoco conocemos la de Sócrates más que por los escritos de su discípulo Platón. Creemos de utilidad el resumir aquí sus puntos más culminantes, para demostrar su concordancia con los principios del Cristianismo. Aquellos que considerasen este paralelo como una profanación y pretendiesen que no podría haber paridad entre la doctrina de un pagano y la de Cristo, responderemos que la doctrina de Sócrates no era pagana, puesto que tenía por objeto combatir el paganismo; que la doctrina de Jesús, más completa y más depurada que la de Sócrates, nada tiene que perder con la comparación; que la grandeza de la misión divina de Cristo no sería disminuida con ello; y que, por otra parte, estos son hechos históricos que no pueden negarse. El hombre alcanzó un punto en que la luz irradia, por sí misma de abajo del celemín y está maduro para mirarla de frente: tanto peor para los que no se atreven a abrir los ojos. Ha llegado el tiempo de examinar las cosas ampliamente y desde lo alto, y no desde el punto de vista mezquino y reducido de los intereses de secta y de casta. Por otra parte, estas citas probarán que si Sócrates y Platón presintieron la idea cristiana, se encuentran igualmente en su doctrina los principios fundamentales del Espiritismo.

El Evangelio según el Espiritismo-

                                                    ***************************