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martes, 5 de febrero de 2013

La crisis de la muerte

Ernesto Bozzano



     Extraigo el siguiente mensaje de un precioso librito de revelaciones trascendentales, fruto de la mediumnidad de la Sra. E.B.Duffey, titulado: Heaven Revised. Su valor puede deducirse del siguiente hecho: durante algunos años la obra alcanzó su 10ª edición y fue recientemente publicada de forma popular, con enorme tirada y a precio reducido. La Sra. Duffey, muy culta, tornose medium escribiente y escribió estos mensajes cuando hacía poco tiempo que andaba interesada en las investigaciones mediúmnicas, por consiguiente todavía no había leído, o muy poco, sobre doctrinas espíritas. Conviene insistir en este punto ya que, en la presente monografía, solo me ocupo de las fases iniciales de la vida de ultratumba, y no me será posible hacer resaltar eficazmente el gran valor de la circunstancia de ser numerosos los médiums que, como la Sra. Duffey, escribieron sus mensajes justo acabando de iniciarse en las nuevas investigaciones, e incluso cuando todavía todo ignoraban sobre el asunto.

     Efectivamente entre los médiums autores de mensajes trascendentales concordantes con otros, encontramos algunos cuya mediumnidad se reveló al probar a escribir automáticamente, en obediencia al consejo de terceras personas. Todo nos lleva lógicamente a deducir que, si también los médiums improvisados, aún ignorándolo todo, escriben mensajes que concuerdan admirablemente con otros, en lo tocante a la descripción de los detalles fundamentales, de los secundarios, de los relieves substanciales del medio y de la existencia espirituales, no se puede explicar el hecho, sin que se reconozca que todo eso se produce porque las personalidades que se comunican son efectivamente Espíritus de los muertos y que, por tanto, sacan sus descripciones e informes de un medio real, permanente, objetivo, común a todos.

     Aquí está como la Sra. Duffey describe la manera cómo obtuvo los mensajes publicados: Si, yo hubiese escrito al dictado, no hubiese podido conocer menos de que conocía mi mano al escribir. Por otro lado, es cierto que no asimilaba subconscientemente los mensajes que escribí, ya que todavía escasamente había oído hablar de esas cuestiones y todavía menos había leído al respecto. Me había convertido a las nuevas ideas apenas hacía un año; muchas veces cuando leía lo que acababa de escribir, confusa me sentía y perpleja, temiendo que lo que había escrito no estuviese de acuerdo con las doctrinas espíritas. Este sentimiento de confusión se volvió particularmente fuerte a propósito del capítulo titulado “En el abismo”. Durante todo el tiempo en que me fueron dictados los mensajes (cerca de cuatro meses), viví en un estado permanente de sueño. Nada de lo que me rodeaba o acontecía me parecía real, incluso las preocupaciones de naturaleza material, que me asaltaron en esa época, no tenían el poder de aflijirme. Me sentía como bajo la influencia de un poderoso anestésico moral. Fue un sábado por la tarde cuando acabaron de dictarme los mensajes. En la noche del domingo di un breve discurso en nuestra Sociedad Espiritualista. El lunes por la mañana desperté por primera vez en la plena posesión de mi personalidad normal. Recuperé entonces la capacidad de actuar con la eficacia acostumbrada en la vida práctica de cada día.”

     Estas informaciones de la Sra. Duffey son teóricamente interesantes, porque demuestran que, durante todo el tiempo en que fueron escritas sus comunicaciones trascendentales, la médium permaneció en condiciones de “sonambulismo en estado de vigilia”, como acontecía en circunstancias análogas al célebre vidente americano Anfrew Jackson Davis. En otros términos; esto probaría que el órgano cerebral del medium fue sometido, durante todo aquel período de tiempo, a una disciplina de posesión parcial, ejercida por la entidad comunicante. Como si esta se propusiera eliminar manifiestamente el peligro de emergencia esporádica de interferencias subconscientes, que hubieran podido intercalarse en los mensajes. Interferencias que solo muy difícilmente se pudieran evitar si la médium, entre dos mensajes, se sumergiese en sus preocupaciones de la vida cotidiana. Si tenemos en cuenta esta sugestiva circunstancia junto a la de que la médium todo lo ignora de las doctrinas espíritas, hemos de convenir en que, en este caso, somos conducidos a admitir un origen extraño al médium de las revelaciones trascendentales obtenidas.

     Siendo así, estas conclusiones deberán extenderse al conjunto de las revelaciones trascendentales, ya que los mensajes de la Sra. Duffey, concuerdan admirablemente con los contenidos de todas las otras revelaciones de esta especie. Está fuera de duda que la lógica más rigurosa permitiría concluir en el sentido indicado, aun cuando no hubiese más que un caso análogo al precedente.. De hecho, en el caso que nos ocupa, no se trata de simples concordancias acerca de informaciones banales, que pudieran ser atribuidas a “coincidencias fortuitas”; se trata, al contrario, de un conjunto orgánico muy complicado de concordancias muy diferentes, grandes y pequeñas, frecuentemente extrañas e inesperadas, en contraste con las tradiciones religiosas asimiladas en el curso de la infancia y de la adolescencia por toda la humanidad cristiana. Después de este preámbulo extenso, pero necesario, paso a reproducir algunas páginas de la narración dictada por la entidad comunicante y referente al proceso de su desencarnación. Esa personalidad, en el curso de su existencia terrestre, fue una señora conocida por la médium. Era una mujer distinguida y tenía un espíritu cultivado, cuyas opiniones fueron durante largo tiempo, las de una librepensadora, en materia de religión, pero que se tornó espírita convencida en los últimos años de su vida.

     He aquí lo que ella escribe, hablando de sí misma: Yo sabía que iba a morir, pero no temía a la muerte, no temía a esa idea. Hacía mucho tiempo que los terrores de la ortodoxia habían perdido toda eficacia sobre mi alma; me sentía preparada para afrontar la inevitable crisis con una serenidad filosófica. Añadiré incluso que había alguna cosa de más en mi estado de alma, esta era que me disponía a observar y analizar, con el interés de una investigadora, la lenta aproximación del gran momento. No quería perder esa suprema ocasión de adquirir conocimientos psicológicos que hubiesen escapado a las investigaciones de la ciencia. Me conservé, pues, como espectadora impasible de los lentos progresos de mi agonía, esperando poder comunicar más tarde, a los asistentes, mis observaciones y prestar así un último servicio a la humanidad; el de disipar el terror que la hora fatal produce en toda la gente. Parecía que el medio terrestre se alejaba a mi alrededor; sentía como fluctuaba fuera del cuerpo, en un desconocido modo de existencia. No se dio conmigo nada de lo que yo esperaba experimentar durante la crisis de la muerte. Así, por ejemplo, leí descripciones interesantes sobre una especie de “epílogo de la muerte”, que naciera de la mentalidad de los moribundos, como consecuencia del cual todos los acontecimientos de sus vidas pasarían delante de la visión subjetiva. Nada se verificó en mi caso; no me sentía atraída ni por el pasado ni por el futuro. Un solo pensamiento y un solo sentimiento me dominaban la conciencia: los de las personas que yo amaba y de las cuales me iba a separar. Sin embargo jamás me consideré una mujer excesivamente tierna; llevaba mi razón a dominar todos los impulsos y todas las emociones. Juzgo hasta que ese dominio de mí misma ejerció muy favorable acción sobre el rendimiento eficaz de las actividades en mi vida. Con todo, en esa hora suprema, el afecto me pareció la cimbre ya la substancia de todo lo que hay de apreciable en la existencia. Ese estado de vigilia atenta sobre la aproximación de la muerte acabó por agotarme y, poco a poco, una suave somnolencia me invadió. Era tan suave, de tal modo me descansaba que, en el transcurso de ese período de semi-inconsciencia que precede al estado de inconsciencia total, di en reflexionar sobre el hecho de que en mi existencia solo dos veces había sentido sensación análoga de somnolencia deliciosa...

     Desperté, experimentando casi un sentimiento de remordimiento, como ocurre cuando alguien se apercibe de haber dormido demasiado, por encima de las conveniencias sociales. Ese despertar me pareció todavía más dulce que el anterior al sueño. No intentaba abrir los ojos, permanecía gozando aquella sensación placentera y serena, que en vano deseé tantas veces, en el correr de mi existencia tan llena de pruebas. ¡Qué delicioso era! ¡Qué perfecto era aquel sentimiento de Paz! ¡Oh, si él pudiese durar eternamente! De todas maneras me sentía bien; lo que me demostraba que, a final de cuentos, todavía no estaba a punto de morir. ¿Tendría entonces que someterme de nuevo a la antigua servidumbre, conocer otra vez el aburrimiento y la inquietud de la existencia? De pronto, oí algunas personas que conversaban a media voz en el cuarto de al lado. Oyendo nítidamente por la puerta abierta lo que decían, no lograba coger el sentido de la conversación en que se hallaban empeñadas. Pero, despertando más, llegué a percibir un dicho que me llamó la atención, si bien no llegué a darle demasiada importancia. Esta es la frase en cuestión.

-“No dudo que lo hiciese con buena intención; de hecho ella era tan excéntrica!” La otra voz respondió:

-“Sí, muy excéntrica y también obstinada en sus caprichos.” La primera replicó:

-“Fue muy tocada por la infelicidad, pero es justo decir que ella misma causó, casi siempre, sus infortunios. Esto es lo que pasa las más de las veces.”

-“Sin duda por ejemplo se perfectamente...”

     Y siguió la narración grotescamente desfigurada de algunos incidentes de mi vida. Estaba sorprendida: hablaban de mí y hablaban empleando el verbo en el Imperfecto: “Ella era...” ¿Qué querían decir? ¿Me creían muerta? Me vino la idea de que aquellas personas podrían pensar más tarde que yo fingía estar muerta para oírles la conversación confidencial a mi respecto. Me apresuré por ello a llamar a una de mis amigas, para demostrarle que todavía estaba viva y además me sentía mucho mejor... Ellas, sin embargo, no se daban cuenta de mi llamada y continuaron conversando sin interrumpirse. Llamé de nuevo, en voz alta, siempre en vano. Me sentía tan bien de cuerpo y espíritu que me decidí a parar sus imprudentes apreciaciones, presentándome delante de ellas en el otro cuarto... Pero...¿Qué pasaba? Quedé instantáneamente presa del terror, o de algo semejante. ¿Qué maniquí era ese colocado por alguien en mi cama, donde, sin embargo, yo debería estar muy gravemente enferma, yaciendo rígido en mi lugar y con el rostro lívido, absolutamente idéntico a un cadáver en el lecho de muerte? Yo lo veía de perfil; tenía los brazos cruzados sobre el pecho, las piernas rígidamente extendidas, las puntas de los pies vueltas hacia arriba. Sobre él se extendía un lienzo blanco. Pero, cosa rara, yo lo distinguía igualmente debajo de la sábana blanca y reconocía en aquel maniquí mis rasgos. ¡Dios mío! ¿Estaba entonces realmente muerta? Una intensa sensación parecía invadirme desde el fondo de mi alma. Entonces fue cuando todo mi pasado afluyó de golpe como una gran ola a mi conciencia.

     Todo lo que me habían enseñado, todo lo que yo temiera, todo lo que esperara relacionado al gran paso de la muerte a la existencia espiritual, se presentó en mi espíritu con indescriptible nitidez. Fue un momento solemne y aterrador; no obstante, la sensación de terror se desvaneció enseguida y solo la solemnidad grandiosa del acontecimiento permaneció... De todos modos, en el mundo de los Espíritus, como en el de los vivos, lo sublime se da codazos con lo raro o ridículo, de manera tan inmediata que basta dar un paso para caer de lo solemne en lo divertido, del dolor en la alegría, del desespero en la esperanza. Fue lo que aconteció en mi primera experiencia en el mundo espiritual. Efectivamente, no pudiendo acallar las lenguas de aquellas mujeres criticadoras y maldicientes, tuve que resignarme a oír todo lo malévolo que decían de mí. Así fue como, por primera vez, tuve que contemplarme a la luz que me veían los otros. Pues bien, la lección me fue instructiva. Ahora había traspasado una frontera que despojaba de todo interés a los acontecimientos mundanos. Aquellos conceptos calumniadores podían compararse a un espejo convexo colocado delante de mi visión espiritual, dónde los defectos de mi carácter estaban exagerados y deformados de modo grotesco, por la convexidad del cristal que los reflejaba.

     Esta primera lección espiritual la recibí por ello de mis amigas vivas. Luego que se satisficieron sus instintos de enredo, las dos mujeres se levantaron para venir una vez más a contemplar la fisonomía de la amiga que se les murió y cuyo carácter habían anatomizado con tanta crueldad. Éramos tres contemplando aquel cadáver, aunque una de las tres fuese invisible para las otras. Y, como estas no percibían mi presencia, me desinteresé de ellas, para absorberme en la contemplación del cuerpo inanimado, que fue mío. Miré el pálido aspecto, demudado por los sufrimientos, y con mi mano invisible procuré alejar de la frente los cabellos blancos que la cubrían, a la vez que una inefable piedad me oprimía el alma, al pensar en la suerte de aquel cuerpo viejo, del cual me sentía separada para siempre... ¿Estaba entonces muerta? Qué extraña sensación la de una persona saberse muerta y sentirse exuberante de vida; cómo los vivos comprenden mal el sentido de esta palabra. Estar muerto significa estar animado de una vitalidad diferente y extraordinaria, de la que la Humanidad no puede hacerse ni idea... Probablemente la muerte se diera hacía unas 24 horas; yo me adormecí en el mundo de los vivos y desperté en el mundo espiritual. Es extraño que sólo en ese momento pensé, por primera vez, que estaba en el mundo espiritual. Hasta ahí, mis pensamientos y emociones se habían conservado presas en el mundo de los vivos. Pero, dónde estaban los espíritus de tantas personas queridas, que habían traspasado antes de mí la frontera de la muerte? Esperaba verlas acudiendo para darme la bienvenida en el umbral de la morada celeste y a servirme de consejeros y guías. No me preocupada el aislamiento en que me hallaba, y todavía menos me asustaba; sin embargo, experimentaba un penoso sentimiento de decepción y desorientación. En todo caso, ese estado de alma no duró más que un instante.

     Apenas formulé en mi espíritu aquellos pensamientos, vi disolverse y desaparecer la habitación en que me encontraba y todo lo que acontecía y me sitúe, no sé cómo, en una especie de vasta planicie. Era indescriptible la belleza del paisaje. Bello es también el paisaje terreno, pero el celeste es mucho más maravilloso... Caminaba; pero cosa singular, mis pies no tocaban el suelo. Me deslizaba sobre este como sucede en los sueños... ¿Dónde estaban aquellos a quienes amé? ¿Dónde estaban tantos amigos muertos, a los que tan unida estuve en la Tierra? ¿Por qué ese estado de aislamiento en mi nueva existencia? No sentí haber hablado en voz alta mis pensamientos; pero como si alguien me hubiese oído y se apresurase a atenderme, vi delante de mí dos jóvenes, cuya radiante belleza superaba todo lo que el espíritu humano pueda imaginar... Muchos años antes llevé a la tumba, con lágrimas desesperadas de dolor, dos hijitos que adoraba: uno después del otro, y muchas veces, al llorar sobre sus sepulturas, extendí los brazos hacia el frente como si pudiese arrancarlos a la muerte arrebatadora.

     ¡Oh, mis hijos! ¡Mis hijos! ¡Cuánto os añoré! Cuando vi delante de mí a aquellos jóvenes luminosos, un instinto súbito e infalible me previno de que ellos eran mis hijitos vueltos adultos. No dudé un instante en reconocerlos. Extendí los brazos, como antes hiciera en la Tierra, y esta vez si los apreté contra mi pecho. ¡Oh, mis hijos, mis hijos! ¡Al fin volví a encontraros! ¡Oh, mis hijos, míos para siempre!. Con real pesar interrumpo aquí la narración de la entidad comunicante, narración que se vuelve más interesante al manifestarse el padre y la madre, los parientes, los amigos, así como también el Espíritu-guía de la difunta. Sin embargo, al no ser reproducible todo, me limitaré a transcribir un solo pasaje más en que se explica por qué motivo la personalidad comunicante permaneció algún tiempo en la soledad, en le mundo espiritual. Ella pregunta al “Espíritu-guía”: ¿Por qué fui condenada a pasar de un mundo a otro completamente sola? El Espíritu-guía: “Condenada” no es el término, mi querida amiga. No estabas sola. Eso te parecía, pero, en la realidad yo velaba ansiosamente por ti, junto a muchos otros Espíritus de parientes y amigos, esperando el momento en que nos fuese posible manifestarte nuestra presencia. Para muchas almas el paso del mundo de los mortales al de los inmortales es un período de crisis moral muy dolorosa; esos seres imploran la asistencia inmediata de los seres queridos que puedan reconfortarlos y animarlos, hasta el momento en que se encuentran familiarizados con el nuevo medio. Tú, sin embargo, no eres un alma como tantas otras. En el curso de las vicisitudes más críticas de la vida preferiste siempre actuar sola; encerraste constantemente en el fondo de tu alma tus pensamientos, tus meditaciones, el fruto de tu experiencia, incluso tus emociones. Supiste, con firmeza de heroína, encarar de frente la muerte. Ahora, a un temperamento como el tuyo convenía que, en el medio espiritual, se encontrase en un aislamiento aparente, para mejor apreciar seguidamente el valor de la sociedad espiritual. Por otro lado, en cuanto sentiste la necesidad de compañía y lo deseaste con el pensamiento, inmediatamente nos encontramos en condiciones de responder a tu llamada.

     Estas explicaciones del Espíritu-guía son teóricamente interesantes porque constituyen una variante complementaria de otra información, que antes comentamos y según la cual “los Espíritus inferiores” no podrían percibir a los superiores, dada la diferencia existente en la graduación de las vibraciones de sus respectivos “cuerpos etéreos” y, por analogía, de las vibraciones de sus pensamientos. Pero, en este caso, es preciso ver primero que razones de temperamento aconsejaron, al “Espíritu-guía” de la difunta, someterla a una primera experiencia espiritual, consistente en permitirle conservarse en condiciones de soledad temporal al desencarnar. Esta condición será posible al estar los sentimientos de la muerta intensamente ligados al medio donde ella vivía. En ese estado, su mentalidad que todavía vibraba al unísono con las vibraciones específicas del medio terrestre, no llegaba a percibir las vibraciones infinitamente más sutiles del medio espiritual; por consiguiente ella no percibía a los Espíritus que se encontraban a su alrededor. Sin embargo, en cuanto su pensamiento se volvió hacía las cosas espirituales, ella vio desaparecer delante de sí el medio en que viviera y se encontró, como por encanto, en el medio espiritual. Al dirigir el pensamiento hacia sus muertos queridos, los puso en situación de podérsele manifestar; o más bien, ella se encontró en condiciones de distinguirlos, al haber su pensamiento y su “cuerpo etéreo” aprendido a vibrar al unísono con el mundo espiritual. No será inútil repetir que también en este caso se aprecian algunas de las concordancias habituales.

     Así, por ejemplo, el detalle de la ignorancia de la propia muerte y de no intuir la verdad hasta que no se topa con su cadáver rígido sobre la cama. Lo mismo se verifica con relación al detalle de la “visión panorámica” de los acontecimientos de su vida qué también llegan más tarde a la visión subjetiva de la difunta, ya que antes no los había dejado presentarse. Se registran muchos casos en los que la demora de la prueba es todavía más considerable; aunque parece que nunca deja de verificarse. Señalemos finalmente otra circunstancia: la de que la muerta se halló en forma humana, en el mundo espiritual, donde andaba, o más bien, se transportaba a poca distancia del suelo.

Ernesto Bozzano
Extraído del libro "La crisis de la muerte" por Jacob C. Sanchez
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"Amar no es desear. Es comprender siempre, dar de sí mismo, renunciar a los propios caprichos y sacrificarse para que la luz divina del verdadero amor, resplandezca "
.André Luiz

(Mensaje retirado del  libro "Agenda Cristiana.-" psicografia de Francisco Cândido Xavier)



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Los domingos a las 21,00 horas se os invita a la clase de estudio del Espiritismo por "Grupo espírita Sin Fronteras" dirigida por Carlos Campetti.

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