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martes, 12 de junio de 2012

Matrimonio y divorcio






Para ser felices todos precisamos de un compañero  con quien compartir ansiedades,  resolver problemas cotidianos, confiar triunfos y reveses, y principalmente  realizar  nuestros deseos  de dar y recibir cariño.

Los objetivos principales  que han de ser alcanzados en el matrimonio es el conseguir  establecer vínculos  de amor,  comprensión  y fidelidad entre marido y mujer, asegurando así el equilibrio emocional.

El matrimonio constituye uno de los primeros actos de progreso  en las sociedades humanas; porque establece la solidaridad fraterna y se encuentra en todos los pueblos, aunque en condiciones diversas. Abolir  el casamiento seria  retroceder  a la infancia de la Humanidad y colocar al hombre por debajo incluso de ciertos animales que les dan el ejemplo de uniones constantes.

Casarse es tarea para todos los días, por lo que solamente  de la comunión espiritual gradual y profunda  es   que surgirá  la integración de los cónyuges en la vida permutada,  de corazón a corazón, en la cual el matrimonio se lanza siempre  para lo Más Alto, en plenitud de amor eterno.

El porvenir de toda criatura está lleno de incertezas e inseguridades,  por eso al contar con un (compañero) u (compañera) que nos ampare y asista en caso de enfermedad o en la vejez, es lo ideal, para la soledad que es muy triste. Los dolores compartidos, duelen menos, y las alegrías con alguien  que vibre a nuestro lado, ganan en sabor e intensidad.

Durante el enamoramiento y el noviazgo, los jóvenes, deseosos, de causarse,  recíprocamente, favorable impresión, empeñándose en mantener una buena conducta, procuran  esconder o camuflar  los aspectos indeseables de sus caracteres.

Viven en estado de encantamiento, estimulados por la atracción física, evitando la menor  alusión a episodios desagradables del pasado de cada uno, para entregarse apenas  a devaneos y fantasías, en el ante gozo de las deliciosas promesas del futuro.

Aunque se observe características comprometedoras o menos dignas,  creen, ingenuamente, que el matrimonio las eliminará o que tendrán fuerzas suficientes para soportarlas, sin prejuicio de la “eterna felicidad” con la que sueñan.

Sin embargo, después  de casados, al conocer la realidad de la vida, comprenderán  que la vida no está hecha  apenas de momentos románticos, exigiéndoles, ahora, arduos trabajos y no pocos sacrificios para los cuales  no siempre están convenientemente preparados.

Algunas veces, sobrevienen  dificultades de orden financiero, que los llevan a sufrir privaciones  nunca antes experimentadas y con ellas acusaciones  y quejas del uno contra el otro.

Las facetas uno del otro que intentaron no tomar en cuenta, empiezan a manifestarse con toda crudeza, generando  conflictos, discusiones, enfados y represalias.

No existe una formula única y por supuesto infalible para la conquista  de la felicidad en el matrimonio.

Existe, sin embargo determinadas condiciones  y ciertos preceptos, dictados  por la prudencia y por la experiencia  de cónyuges  bien sucedidos, que,  si son observados podrán ofrecer a los jóvenes alguna garantía de que “su” matrimonio venga a ser lo más venturoso posible.

Uno de los primeros puntos a considerar es la edad para ese paso. Ninguna fijación rigurosa, cabe aquí, ya que  los grados de madurez varían de individuo a individuo, en cualquier fase de la vida, en función  de las experiencias adquiridas en esta encarnación y en las precedentes.

En la actualidad, la edad más propicia  para un matrimonio estable y feliz, se sitúa entre 23 y 26 años para los chicos y 21 a 24 para las chicas. Diversas investigaciones llegaron a la conclusión de que los  matrimonios malogrados fueron, en su mayoría, motivados por la precipitación, es decir por haberse realizado demasiado temprano.

Otra cosa que influye  en el matrimonio es el grado de cultura y educación.  Lo deseable  es que ambos tengan el mismo nivel cultural y hayan sido educados por padrones  éticos semejantes, pues esto facilitará grandemente la adaptación entre sí.

Las profundas diferencias, una vez pasada, “la luna de miel” en la que todo es deslumbramiento e ilusión, el refinamiento social del cónyuge mejor dotado choque  con la bozalidad, la inepcia,  el desaseo y el mal gusto del otro, lo que tornará  insostenible una vida en común, dando lugar a que alguno o ambos  pasen a buscar  compensaciones  fuera del hogar, junto a otra u otro que mejor les comprendan, aprecie du modo de ser y responda  a sus necesidades más intimas.

Otro contingente  más de la armonía conyugal es el sentimiento religioso, el cual no debe ser subestimado. Al considerar  que la religión es una  característica de la personalidad, se torna penoso, por ejemplo,  a uno de los cónyuges que desease cumplir  fielmente los deberes establecidos por la Iglesia o por las propias convicciones religiosas, tener que soportar, sin enfado o protesta, las propuestas  del otro, ateo o indiferente, que considerase  tales deberes mera simplezas, infantilismo mental, etc.

Es muy difícil mantener la paz doméstica, con un esposo, fanático e intransigente, que intenta convertir al otro  a su credo, importunándolo a cada instante  y con cualquier pretexto con sus discursos de catequesis.

La conciencia del exacto papel de cada uno en la construcción y manutención del hogar; la identidad de propósitos en lo tocante al planeamiento familiar;  a la finalidad espiritual; a la filosofía de vida que esposen; a la certeza de que se aman; a pesar de los defectos de cada uno, incluso sabiendo que ellos persistan después del matrimonio, la aceptación de la familia del futuro cónyuge, tal como ella es; la capacidad reciproca de divergir, sin discutir, y de argumentar, sin pelear, la buena disposición de ambos  de acatarse las opiniones y favorecer la solución de problemas  de interés común, etc. Son otros tantos factores que contribuyen para un matrimonio afortunado.

En la unión de los sexos, a la par de la ley divina material, común a todos los seres vivos, hay otra ley divina, inmutable como lo son todas las leyes de Dios, exclusivamente moral. Quiso Dios que los seres se uniesen  no solo por los lazos de la carne, sino también por los lazos del alma,  con el fin  de que el afecto mutuo de los esposos  se transmitiese  a los hijos y que fuesen dos, y no uno solamente, para amarlos, para cuidar de ellos y hacerlos progresar.

La felicidad conyugal tiene un precio bastante alto, tan alto  que solo podrá ser pagado, a largo plazo, mientras dure el matrimonio, en monedas de humildad, comprensión, paciencia, espíritu de renuncia y gran dosis de buena voluntad en el sentido de adaptación mutua.

Para conseguir la felicidad en común, cada uno de los cónyuges precisa sacrificar un poco de su “yo” para que el “nosotros” se fortalezca y se vuelva cada vez más agradable.  Para ello  la primera cosa que debe ser cultivada, de parte a parte, es el don de perdonar.

Conflictos, discusiones, mal entendidos… son hasta cierto punto  normales  en la vida de una pareja, y, si no hay comprensión y tolerancia reciproca, sentido de minimizarlos y superarlos, el hogar  acabara dejando de ser un reducto de amor, de paz y de alegría, para transformarse en campo de negligencias, deprimente y deplorable.

El apoyo mutuo y un poco de humildad espiritual,  harían desaparecer tantos antagonismos  irreductibles en las relaciones familiares. La Evangelización en el hogar  también es otro recurso muy preciado, ya que el recuerdo de los preceptos de Jesús, sus divinas enseñanzas junto con la misericordia,  les harían soportar  las faltas y las flaquezas  de los que los rodean sin guardarles resentimiento, perdonándolos de corazón.

Sabrían que “ El verdadero carácter de la caridad es la modestia y la humildad, que consisten  en ver cada uno apenas  superficialmente   los defectos del otro y esforzarse  en hacer que prevalezca lo que hay en el de bueno y virtuoso.

Otro factor imprescindible para la preservación de la felicidad conyugal es el dialogo entre los esposos. “El sublime amor del altar domestico anda muy lejos, cuando los cónyuges pierden el gusto de conversar entre sí.

La vanidad y el orgullo son dos sentimientos de los más comunes que pueden anidarse en lo íntimo de las personas. Y son ellos los que, a menudo, provocan  el estremecimiento de las relaciones entre marido y mujer.

“La caridad sublime, que Jesús enseño, también consiste  en la benevolencia que uses  siempre y en todas  las cosas para vuestro prójimo. Por eso la pareja  puede ejercitar esa virtud sublime, dirigiendo palabras de consuelo, de encoraja miento, de amor.

No estamos en la obra del mundo para aniquilar lo que es imperfecto, sino para completar  lo que se encuentra inacabado.

En las esferas elevadas, los espíritus evolucionados consideran motivo de honra el amparo a los compañeros menos desenvueltos  que se adiestran en planos inferiores.

El matrimonio en la tierra puede asumir variados aspectos, objetivando  múltiples fines. Accidentalmente, tanto el hombre como la mujer encarnados pueden experimentar diversas veces el casamiento terrestre, sin por ello encontrar  la compañía de las almas afines  con las cuales realizar  la unión ideal.  Eso  es porque comúnmente, el hombre necesita rescatar  deudas que se contrajeron  a causa de la energía sexual aplicada de forma inadecuada ante los principios de causa y efecto.

 Cuando el matrimonio expiatorio ocurre en segundas nupcias, el cónyuge liberado de la vestimenta física, cuando se ajuste a la afección noble, frecuentemente se coloca al servicio  de la compañera o del compañero en la retaguardia, en el que ejercita  la comprensión y el amor puro.  Si los viudos y las viudas de las efectuadas nupcias en grado menor de afinidad demuestran sana  condición de entendimiento, son habitualmente conducidos, tras la muerte,  a la convivencia  del matrimonio restituido a la comunión, disfrutando posición análoga  a la de los hijos queridos junto a los terrenos padres, que por ellos se someten  a los más elocuentes y polifacéticos testimonios de cariño y sacrificio personal para que atiendan, dignamente, a la articulación de los propios destinos.

Si la desesperación de los celos o la nube del despecho ciegan a uno de los miembros del equipo fraterno, los cónyuges re asociados en el plano superior le amparan en la reencarnación, a la  manera de benefactores ocultos, interpretándoles la rebelión por síntoma enfermizo, sin retirarles el apoyo amigo, hasta que se reajusten en el tiempo.

 Cuando el hogar terrestre es analizado sin preconceptos, permanece estructurado en las mismas bases esenciales, al igual que  los padres humanos, reciben, muchas veces, en el instituto domestico, por hijos e hijas, a aquellos mismos lazos del pasado, con los cuales atienden  al rescate de antiguas cuentas, purificando emociones, renovando impulsos, dividiendo compromisos o esmerando relaciones afectivas del alma  para el alma.

El divorcio, según conocimientos del Plano Espiritual, no debe ser facilitado o estimulado entre los hombres, porque no existen en la Tierra uniones conyugales, legalizadas o no, sin vínculos graves  en el principio de la responsabilidad asumida en común.

Es necesario, que la sociedad humana establezca regulaciones severas a beneficio de nuestros hermanos  contumaces en la infidelidad a los compromisos asumidos consigo mismos, a beneficio de ellos, para que no se unan a mayor desgobierno, y a beneficio de sí mismos, a fin de que no regrese a la promiscuidad envilecida de las tabas oscuras, en que el principio y la dignidad de la familia aun son plenamente  desconocidos.

Es imprescindible que el sentimiento de Humanidad interfiera  en los casos especiales, en el que el divorcio es el mal menor que pueda surgir  entre los grandes  males pendientes sobre la frente  del matrimonio, sabiéndose, por tanto,  que los deudores de hoy volverán mañana al acierto de las propias cuentas.

Si el espirita debe ser prudente, virtuoso, tolerante, humilde y abnegado y caritativo, entre sus hermanos de ideal y en el seno de la Humanidad, ¡Cuánto más debe serlo en la familia! Si son sagrados los deberes que hemos de cumplir  entre nuestros hermanos y en la Humanidad, mucho más lo  son los que tenemos que cumplir en la familia. Porque debemos considerar que, más allá de los vínculos que en esta existencia nos unen  con lazos indisolubles, tenemos siempre historias pasadas, que se enlazan  con la historia presente.

 - Merchita-

Trabajo extraído de los Libros “Evolución en dos mundo”  y “la vida en Familia” ambos de Francisco Candado Xavier.


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