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viernes, 28 de octubre de 2011

Después de la muerte



HE visto, yacentes en sus sudarios de piedra o de arena, las ciudades famosas de la antigüedad: Cartago, la de los blancos promontorios; las ciudades griegas de la Sicilia; la campiña de Roma, con sus acueductos rotos y sus tumbas abiertas; las necrópolis que duermen su sueño de veinte siglos bajo las cenizas del Vesubio... He visto los últimos vestigios de ciudades antiguas, en otro tiempo hormigueros humanos, hoy ruinas desiertas que el sol de Oriente calcina con sus caricias abrasadoras...

He evocado las multitudes que se agitaron y vivieron en aquellos lugares; las he visto desfilar por delante de mi pensamiento, con las pasiones que las consumieron, con sus odios, sus amores, sus ambiciones desvanecidas, sus triunfos y sus reveses -humos transportados por el soplo de los tiempos-... y me he dicho: "He aquí en qué se convierten los grandes pue-blos, las capitales gigantescas: algunas piedras amontonadas, oteros taciturnos, sepulturassombreadas por áridos vegetales en cuyas ramas plañen sus quejas el viento de la noche... La historia ha registrado las vicisitudes de su existencia, sus grandezas pasajeras, su caída final; pero la tierra lo ha sepultado todo... ¡Cuántas otras existen cuyos nombres son aún desconocidos! ... ¡Cuántas ciudades, razas y civilizaciones yacen para siempre bajo la profundidad de las aguas, en la superficie de continentes desaparecidos! ... ".

Y me pregunto por qué esta agitación de los pueblos de la tierra, por qué las generaciones se suceden como las capas de arena llevadas incesantemente por la ola para recubrir las capas que les han precedido; por qué estos trabajos, estas luchas, estos sufrimientos, si todo debe terminar en el sepulcro... Los siglos, esos minutos de la eternidad, han visto pasar naciones y reinados, y nada ha quedado en pie... La esfinge lo ha devorado todo...

¿Adónde va el hombre en su carrera? .. ¿A la nada, o a la luz desconocida? .. La naturaleza sonriente y eterna enmarca con sus esplendores los tristes restos de los imperios. En ella, nada muere sino para renacer. Leyes profundas y un orden inmutable presiden en sus evoluciones. El hombre, con sus obras, ¿es sólo destinado a la nada, al olvido? ...

La impresión producida por el espectáculo de las ciudades muertas, la he vuelto a encontrar más conmovedora en los fríos despojos de mis allegados, de los que han partici-pado de mi vida.

Uno de aquellos a quienes amáis va a morir. Inclinados hacia él, con el corazón oprimido, veis extinguirse lentamente sobre sus facciones la sombra del más allá. El hogar interior sólo lanza ya pálidos y temblorosos resplandores; he aquí que se debilita aún, y luego se extingue... Y, a la sazón, todo lo que, en ese ser, atestiguaba la vida, esa mirada que brillaba, esa boca que profería sonidos, esos miembros que se agitaban, todo queda velado, silencioso, inerte... Sobre el lecho fúnebre no queda ya más que un cadáver, ¿Qué hombre no se ha preguntado la explicación de este misterio, y, durante la lúgubre velada, en esa afrontación solemne con la muerte, ha podido no pensar en lo que le espera a él mismo? .. Este problema nos interesa a todos, pues en todos ha de cumplirse la ley. Nos importa saber si, en esta hora, todo ha terminado; si la muerte no es más que un taciturno reposo en el aniquilamiento, o, por el contrario, es la entrada en otra esfera de sensaciones.

Pero por todas partes se levantan problemas. Por todas partes, sobre el vasto teatro del mundo, según dicen algunos pensadores, el sufrimiento reina como un soberano; por todas partes el aguijón de la necesidad y del dolor estimula al movimiento desenfrenado, al vaivén terrible de la vida y de la muerte. De todas partes se eleva el grito de angustia del ser al precipitarse en el camino que le conduce a lo desconocido. Para él, la existencia sólo parece un perpetuo combate; la gloria, la riqueza, la belleza, el talento, radiaciones de un día. La muerte pasa; destruye esas flores esplendorosas, y no deja más que los tallos marchitos. La muerte es el signo de interrogación colocado siempre ante nosotros; la primera pregunta a la cual suceden preguntas innumerables y cuyo examen ha hecho la preocupación, ladesesperación de las edades, la razón de ser de una multitud de sistemas filosóficos.

A pesar de estos esfuerzos del pensamiento, la oscuridad pesa aún sobre nosotros. Nuestra época se agita en las tinieblas y en el vacío, y busca, sin encontrarlo, un remedio a sus males. Los progresos materiales son inmensos; pero en el seno de las riquezas acumuladas por la civilización, se puede morir aún de privación y de miseria. El hombre no es ni más feliz, ni mejor. En medio de sus rudas labores, ningún ideal elevado, ninguna noción clara del destino le sustenta; de ahí sus desfallecimientos morales, sus excesos, sus sublevaciones. La fe del pasado se ha extinguido; el escepticismo, el materialismo la han reemplazado, y bajo sus soplos, el fuego de las pasiones, de los apetitos y de los deseos ha aumentado. Convulsiones sociales nos amenazan.
A veces, atormentado por el espectáculo del mundo y por las incertidumbres del porvenir, el hombre levanta sus miradas hacia el cielo y le pide la verdad. Interroga silenciosamente a la naturaleza y a su propio espíritu. Pide a la ciencia sus secretos y a la religión sus entusiasmos. Pero la naturaleza le parece muda, y las respuestas del sabio y del sacerdote no bastan a su razón y a su corazón. Sin embargo, existe una solución a estos problemas; una solución más grande, más racional, más consoladora que todas las ofrecidas por las doctrinas y las filosofías del día, y esta solución reposa sobre las bases más sólidas que pueden concebirse: el testimonio de los sentidos y la experiencia de la razón.

En el momento mismo en que el materialismo ha llegado a su apogeo y ha llevado a todas partes la idea de la nada, una ciencia nueva, apoyada sobre hechos, aparece, ofrece al pensamiento un refugio en el que aquél "encuentra por fin el conocimiento de las leyes eternas de progreso y de justicia. Una floración de ideas a las que se creía muertas y que dormían solamente, se produce y anuncia una renovación intelectual y moral. Doctrinas que fueron el alma de civilizaciones pasadas, reaparecen bajo una forma engrandecida, y numerosos fenómenos, por largo tiempo desdeñados, mas cuya importancia entrevén por fin algunos sabios, vienen a ofrecerles una base de demostración y de certidumbre. Las prácticas del magnetismo, del hipnotismo, de la sugestión; más aún: los estudios de Crookes, Russell Wallace, Lodge, Aksakof, Paul Gibier, de Rochas, Myers, Lombroso, etc., sobre hechos de orden psíquico, suministran nuevos datos para la solución del gran problema.

Se abren perspectivas, se revelan formas de existencia en ambientes en los que no se pensaba ya observarlas. Y de estas indagaciones, de estos estudios, de estos descubrimientos se desprenden una concepción del mundo y de la vida, un conocimiento de las leyes superiores, una afirmación de la justicia y del orden universales, hechos concluyentes para despertar en el corazón del hombre, con una fe más firme y más esclarecida en el porvenir, un sentimiento profundo de sus deberes y un apego real para sus semejantes.
Esta doctrina, capaz de transformar la faz de las sociedades, es la que ofrecemos a los investigadores de todos los órdenes y de todas las categorías. Ha sido divulgada ya en numerosos volúmenes. Hemos considerado como un deber el resumirla en estas páginas, bajo una forma diferente, en atención a aquellos que están hartos de vivir como ciegos, ignorándose a sí mismos; de aquellos que no se satisfacen ya de las obras de una civilización material, toda superficie, y que aspiran a un orden de cosas más elevado. Es, sobre todo, para vosotros, hijos e hijas del pueblo, trabajadores cuyo camino es áspero, cuya existencia es difícil, para quienes el cielo es más oscuro y más frío el viento de la adversidad; para vosotros es para quienes ha sido escrito este libro. N o os lleva toda la ciencia -el cerebro humano no podría contenerla-; pero puede constituir un grado más hacia la verdadera luz. Demostrándoos que la vida no es una ironía de la suerte ni el resultado de una estúpida casualidad, sino la consecuencia de una ley justa y equitativa; abriéndoos las perspectivas radiantes del porvenir, proporcionará un móvil más noble a vuestras acciones, hará brillar un rayo de esperanza en la noche de vuestras incertidumbres, aligerará la carga de vuestros padecimientos y os enseñará a no temblar ante la muerte. Abridlo con confianza, leedlo con atención, por que emana de un hombre que por encima de todo quiere vuestro bien.

De entre vosotros muchos tal vez rechacen nuestras conclusiones; sólo un pequeño número las aceptará. ¡Qué importa! No buscamos el éxito. Un sólo móvil nos inspira: el respeto el amor a la verdad. Una sola ambición nos anima: quisiéramos que, cuando nuestra envoltura desgastada vuelva a la tierra, nuestro espíritu inmortal pudiera decirse: "Mi paso por aquí no habrá sido estéril, si he contribuido a apaciguar un dolor, a iluminar una inteligencia en demanda de la verdad, a reconfortar a una sola alma vacilante y entristecida...”.


- ( León Denis)-  Introducción de su obra del mismo título


( ver también el blog  inquietudesespiritas.blogspot.com )