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jueves, 2 de diciembre de 2010

Seguir adelante

Es natural: cuando un gran dolor se abate sobre nosotros, la tendencia es quedar  paralizado, encogido.
Parece que todo se detiene. El aire es pesado y la melancolía, esta en todo lugar, hace que las agujas del reloj se arrastren. En el corazón, la soledad,  miedo,  angustia y  sufrimiento.
En ese momento, la mayoría de nosotros tenemos ganas de dejar todo de lado, para dormir, olvidar y desaparecer.
Pero la vida continúa Y nos reclama una aptitud: es necesario continuar.
El estómago pide comida, el cuerpo se revela con sed, la familia debe ser sustentada. Todo sigue normalmente.
¿Pero cuál es la forma de proceder cuando nada parece tener sentido? ¿Si un enorme vacío se encarga de todas las cosas?
En primer lugar debemos ser conscientes de que hay otras personas que dependen de nosotros, ya sea física o emocionalmente.
Los niños, esposa, esposo, padres, hermanos, amigos. Toda esta multitud sufre con nosotros. Y, por amor a ellos, es necesario luchar para superar toda nuestra amargura.
Si un hijo muere, otros se quedan. Y son los que esperan nuestros gestos de amor, atención, sonrisas.
Y si no hay otros hijos, existen otros parientes, y amigos que nos quieren  bien.
Si perdemos algo, todo lo que sea muy importante, incluso el trabajo de toda una vida, es tiempo de buscar nuevos horizontes, nuevas oportunidades, nuevas perspectivas.
El mundo está lleno de innovaciones a nuestra espera.
Mas, para eso debemos estar abiertos al mundo con los brazos dispuestos a abrazar las bellezas que la vida ofrece.
Y es necesario saber que no estamos solos en el sufrimiento. El dolor que nos lacera también mata a millones de personas.
Cada uno lleva su dolor. A menudo en secreto. Muchas veces, sin nadie con quien compartir.
A pesar del dolor, el Mundo continua girando, todo sigue su ritmo normal. Y de nada vale desear que  todo pare para vernos llorar. O para consolarnos.
Tenemos dentro de nosotros una inmensa fuerza para resistir a todo, para soportar todas las pruebas. Es algo que viene de Dios.
Jesús nos enseñó que Dios no da pruebas superiores a nuestras fuerzas. Sí, porque Dios ha puesto en nuestros corazones la fortaleza que nos levanta.
Es el espíritu de lucha que viene cuando estamos abatidos. Es la fuerza que, de pronto se apodera del alma y nos hace sonreír de nuevo.
Es un regalo de Dios. Disfruta. Esta energía está viva en tú alma. Que se agita como un pájaro en espera a que lo liberes
¿Cómo lograrlo en nuestra intimidad y despertarla?
No es ningún secreto y todos, sin excepción, pueden  conseguir. Se llama oración.
Deja tu corazón hablar con Dios. Ábrele tu interior. Confiésale tus penas, angustias, tristezas.
Y ten la certeza. Él, el infinito Amor y la Misericordia plena, no te dejará sin respuesta.
La afirmación es de Jesús, al decir que el Padre no da piedras a Su hijo que pide pan.
Confíe. Dese esta oportunidad de fe, con ella tratando de fortalecer tus esperanzas, renovar tu Espíritu para el bien, consolidar tu coraje para reanudar la caminata, conquistar fuerzas para proseguir con valentía y sin miedo.
Haga esto para usted, y principalmente por sus afectos. Ellos  precisan mucho de usted.
Recuerde que Jesús cantó un Himno de esperanza y de consuelo para la Humanidad, con Sus hechos y dichos, y Se volvió a nosotros, diciendo: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.
Venid a Mí todos los que están cansados de las luchas del mundo y Yo os haré descansar.
Piense  en eso.
 Redacción del Momento Espirita.
Em 10.05.2010