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jueves, 23 de septiembre de 2010

La Piedad





17. La piedad es la virtud que más se aproxima a los ángeles, es la hermana de la caridad que os conduce hacia Dios. ¡Ah! dejad que vuestro corazón se enternezca al aspecto de las miserias y de los sufrimientos de vuestros semejantes; vuestras lágrimas son bálsamo que derramáis sobre sus heridas, y cuando por una dulce simpatía, conseguís volverles la esperanza y la resignación, ¡qué satisfacción no experimentáis! Es verdad que este encanto tiene cierta amargura, porque nace al lado de la desgracia; pero si no tiene la acritud de los goces mundanos, ni las punzantes decepciones del vacío que dejan en pos de sí, tiene una suavidad penetrante que alegra el alma. La piedad, la piedad bien sentida, es amor; el amor es afecto; el afecto es el olvido de sí mismo, y este olvido es la abnegación en favor del desgraciado, es la virtud por excelencia, es la que practicó toda su vida el divino Mesías, y que enseñó en su doctrina tan sublime y tan santa; cuando esta doctrina llegue a su pureza primitiva, cuando sea admitida por todos los pueblos, dará la felicidad a la Tierra, haciendo, al fin, reinar en ella la concordia, la paz y el amor.

El sentimiento más propio para haceros progresar dominando vuestro egoísmo y vuestro orgullo, el que dispone vuestra alma a la humildad, a la beneficencia, y al amor a vuestro prójimo, ¡es la piedad!, esa piedad que conmueve hasta vuestras entrañas ante los sufrimientos de vuestros hermanos, y que os hace tenderles una mano caritativa y os arranca simpáticas lágrimas. No sofoquéis nunca en vuestros corazones, pues, esa pasión celeste; no hagáis como esos egoístas endurecidos que se alejan de los afligidos, porque la vista de su miseria turbaría un instante su alegre existencia; temed el quedar indiferentes cuando podáis ser útiles. La tranquilidad comprada a precio de una indiferencia culpable, es la tranquilidad del mar Muerto, que oculta en el fondo de sus aguas el fango fétido y la corrupción.

¡La piedad, sin embargo, está lejos de causar la turbación y el fastidio de que se espanta el egoísta! Sin duda el alma experimenta, al contacto de la desgracia de otro y concentrándose en, si misma, un estremecimiento natural y profundo, que hace vibrar todo vuestro ser y os afecta penosamente; pero la compensación es grande cuando conseguís volver el valor y la esperanza a un hermano desgraciado a quien enternece la presión de una mano amiga, y cuya mirada, húmeda a la vez de emoción y de reconocimiento, se vuelve dulcemente hacia vosotros antes de fijarse en el cielo para darle gracias por haberle mandado un consolador en su apoyo. La piedad es la melancólica, pero celeste precursora de la caridad, la primera entre las virtudes, cuya hermana es y cuyos beneficios prepara y ennoblece. (Miguel. Bordeaux, 1862).

El evangelio según el espiritismo.
Allan Kardec

Atención a los niños



La expresión de Jesús: “Dejad que los niños vengan a mi…..” encierra una llamada para que los niños sean educados e instruidos en la Doctrina cristiana ya que es en el periodo infantil donde se muestra el más apropiado para la asimilación de principios.

Allan Kardec en El Libro de los Espíritus nos instruye que los niños nacen entre nosotros, traen gustos, inclinaciones y sentimientos muy diferentes de los de nuestro ambiente, estos han sido adquiridos en existencias anteriores, y si Dios en la infancia les da la apariencia de candidez e ingenuidad, es precisamente para que los padres nos encariñemos con ellos, pues precisan de todo el amor y dedicación para dar un paso más en su evolución espiritual.

El objetivo de la reencarnación es ese, el de proporcionar a los Espíritus nuevas oportunidades de progreso, de perfeccionamiento. En la niñez se es más maleable y accesible a consejos y enseñanzas, a los encargados de su evolución, una vez pasada la época infantil, se tornan más difíciles y alcanzada la mayoría de edad, si la educación no se ha hecho en el hogar, el proceso violento en la rudas pruebas puede hacer volver su patrimonio nocivo del pasado y reincidir en las mismas caídas, si les faltó la luz interior de los sagrados principios educativos.

Los padres deben darse cuenta de la gran responsabilidad que tienen de conducir a sus hijos hacia Dios. Cualquiera que sea la religión que procesen, las luces del Evangelio a de iluminarles los pasos, para que no se h7undan con el error y alcancen el ambicionado puerto de la felicidad.

Debe nutrirse el corazón infantil con la creencia, con la bondad, con la esperanza y con la fe en Dios. Actuar contrariamente a esas normas es abrir para el pecador de ayer la misma puerta larga hacia los excesos de toda clase.

Los padres espiritistas deben comprender esa característica de sus obligaciones sagradas entendiendo que el hogar no se hace para la contemplación egoísta de la especie, y si, para santuario donde, a veces se exige la renuncia y el sacrificio de una existencia entera.

Tratemos el auxilio de religiosos, profesores, filósofos y psicólogos, con el fin de que la excesiva agresividad filial no alcance las líneas de la perversidad o de la delincuencia para con los padres y tampoco la excesiva autoridad de los padres haga violentar a los hijos.

Padres e hijos son, originalmente, conciencias libres, como libres hijos de Dios ellos están empeñados en la difícil tarea del auto perfeccionamiento, rescate de debitos, reajuste y evolución.

Los padres deben pedir fuerzas para esa difícil tarea, y al mismo tiempo encomendar a sus hijos a su ángel de la guarda para que siempre valla con ellos, los oriente, les de fuerzas para sobrellevar sus cargas, pedirles que alejen de ellos los espíritus inferiores que pudieran inducirlos al mal, y dadles animo para resistir sus sugestiones y el valor para sufrir con paciencia y resignación las pruebas que le esperan en la Tierra.

Amigos que habéis llegado a la función de padres, mirar con detenimiento todos los deberes a los que estáis obligados en esa labor tan importante, pensad que atender a vuestros hijos, y a vuestra familia es la primera obligación en vuestras vidas, pues si no lo hacéis por mucho que os esmeréis en otras funciones, habréis dejado de cumplir la primera que os ha sido encomendada dentro de la sociedad el ser o tratar de ser un buen padre, o una buena madre.

El nido familiar es la escuela donde un padre debe tratar de enseñar a sus alumnos que son sus hijos, y debe hacerlo predicando con el ejemplo, relegar a terceros esta sublime misión, siempre que valla en consonancia con la suya es bueno, pero cuando por abandono y despreocupación, por informalidad ante los compromisos dejamos relegados al olvido y al descuido esta sublime tarea, siempre terminamos con el dolor del fracaso, viendo por ello un culpable muy notorio( el padre que no supo ejercer de padre) entonces es como el maestro que deja la escuela y desprovisto a sus alumnos de enseñanza alguna, un día habrá de responder por su deslealtad e ignorancia.

Trabajo realizado por Merchita

Extraído del libro “La vida en familia “de Chico Xavier y de mi sentir e inspiración

Desapego




Vivimos en una época de celebridades, invitaciones fáciles a la riqueza, al consumismo, a las pasiones avasalladoras. Transitamos aturdidos por un mundo donde se destaca el que más tiene.

En todo momento, la publicidad televisiva, los anuncios en las revistas y periódicos, los outdoors, invitan: "Compra más. Ostenta más. Obtén más y mejores cosas."

Es un mundo en el que lujo, belleza física, ostentación y vanidad ganaron tanto espacio que dominan los juicios.

Se mide la importancia de las personas por la calidad de sus zapatos, ropas y bolsos.

Se da más atención al que posee la casa más requintada o ubicada en los barrios más famosos y ricos.

Solamente son buenos los coches que posean más accesorios y que impresionan por ser bellos, caros y nuevos. Siempre muy nuevos.

Adolescentes no quieren repetir ropas y desprecian los artículos que no sean de marca. Mujeres compran todas las novedades en cosméticos. Hombres se regocijan con los trajes caros en los escaparates.

Nos transformamos, finalmente, en esclavos de los objetos. Objetos de deseo que dominan nuestra imaginación, que impregnan nuestra vida, que consumen nuestros recursos monetarios.

Y, ¿cómo reaccionamos? ¿Hacemos algo – en la práctica – para combatir esa situación?

Sin embargo, en los deseos está la fuente de nuestra tragedia humana. Si superáramos el deseo de tener objetos ya habríamos dado varios pasos en el camino del progreso moral.

Experimente mirar los escaparates de un centro comercial. Mire cuidadosamente los zapatos, ropas, joyas, chocolates, carteras, accesorios, perfumes.

Solo por un momento, no se deje seducir. Intenta mirarlo todo como lo que efectivamente son: objetos.

Luego dítelo a ti mismo: "No poseo ninguno de esos objetos y aún así soy feliz. No dependo de nada de eso para estar contento."

Recuerda: es el deseo de poseer, sin poder tener, lo que lleva a muchos a optar por el crimen. Se apropian de lo que no les pertenece, seducidos por el brillo falaz de las cosas materiales.

Dejan atrás los sufridos, personas que trabajaron arduamente para ahorrar dinero… Dejan en pos de si frustración, infelicidad, indignación.

Pero, existen también los que se fijan en las personas. Miran a los demás como algo a ser obtenido, guardado, encerrado, no compartido. Estos, se esclavizan a sus parejas, hijos, amigos y parientes. Exigen exclusividad, generan crisis y conflictos. Manifiestan posesión e inseguridad. Extravasan egoísmo y no permiten que el otro se exprese o sea amado por otras personas.

Es el deseo, una vez más, norteando la vida, reduciendo a las personas a tiranos, deformando las almas.

Finalmente, existen los que se apegan de forma enfermiza a las situaciones. Un cargo, un status, una profesión, una relación, un talento que trae destaque. Es lo suficiente para que se dejen arrastrar por lo transitorio.

Estos aman el brillo, el aplauso o lo que consideran fama, poder, gloria.

Para ellos, es difícil despedirse del momento en que dejan de ser personas comunes y pasan a ser notados, comentados, envidiados.

¿Cuál es el secreto para liberarse de todo ello? La palabra es desapego. Pero… ¿cómo alcanzarlo en este mundo?

Recordar constantemente que todo es pasajero en esta vida. O sea, para evitar el sufrimiento, la receta es la superación de los deseos posesivos.

En la práctica, así funciona: piensa que las situaciones cambian, los objetos se rompen, las ropas y zapatos se desgastan.

Incluso las personas pasan, pues viajan, se separan de nosotros, se mueren…

Y debemos estar preparados para esas eventualidades. Es la dinámica de la vida.

Pensando de esa forma, poco a poco la persona promueve una auto-educació n que le enseña a buscar siempre lo mejor, pero sin generar cualquier apego egoísta.

En resumen, amar sin exigir nada a cambio.



Redacción del Momento Espírita

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CANCER




Cáncer, enseñanza de la Vida

El cáncer, como toda enfermedad compleja, dolorosa y agobiante, representa una etapa difícil de aprendizaje en la experiencia humana, pues asume matices especiales ya que involucra a todos los que conviven con ella, no sólo al propio enfermo y sus familiares, sino también al médico-asistente y su equipo.

El oncólogo es un profesional de la salud agraciado con la oportunidad de vivir cambios interiores concretos, que lo harán convertirse de aprendiz en misionero. Son enseñanzas entresacadas a lo largo de los años, en la convivencia constante con el dolor ajeno y la realidad trascendente de la muerte.


Si el médico alía a su conocimiento técnico la asistencia abnegada, llena de amor y compasión, y ofrece al enfermo, además de los recursos terapéuticos, el consuelo fraterno, tiene una valiosa oportunidad de crecimiento espiritual. Al actuar así se pone en la condición del trabajador que toma la carretilla y ara el terreno árido de sus propios defectos. En el trato con los pacientes recoge enseñanzas preciosas y transformadoras. Si pierde esa oportunidad, no sabe cuándo se renovará, en el transcurso de las vidas sucesivas.

Cuando el médico aporta recursos internos y externos para minimizar el dolor a su alrededor, y ayuda al enfermo a ver nuevamente el brillo del sol, es como si recibiese el galardón prometido a los justos, el premio por haber cumplido su deber, que lo hace feliz en ésta y en vidas venideras.

Quienes no han roto aún las cadenas milenarias del egoísmo, que cargan en sus corazones la dureza de sentimientos, en fin, que no se sensibilizan con la dimensión humana del sufrimiento ajeno, no alcanzan el verdadero crecimiento espiritual en el ejercicio de la profesión. Tampoco son felices quienes proceden así, porque la dicha efectiva sólo se construye en el deber cabalmente cumplido.

El Instructor Espiritual Jerónimo, en Obreros de la Vida Eterna, afirma que “... cada hombre, por sí, se elevará al cielo o bajará a los infiernos transitorios, en conformidad con las disposiciones mentales a las que está arraigado”.



Cada ser humano es, pues, fruto de sus propios pensamientos, de sus propias acciones.
El paciente portador de neoplasia maligna, enfermedad compleja, capaz de burlar las líneas especializadas de las defensas orgánicas, por más que pasen años de la patología inicial, es en verdad un hermano debilitado que recorre el arduo camino de la vida, muchas veces, desalentado y temeroso.
Aún cuando no sea un pariente, es nuestro deber asistirlo, según las normas divinas del amor, que nos recomiendan servir a los hermanos del camino, sobre todo a los más débiles.

Como modesto colaborador de la obra divina, el oncólogo necesita desarrollar la compasión, prepararse para la triste evolución del deterioro del cuerpo físico, estar atento a los achaques del enfermo, aliviarle el dolor físico y moral, alentarlo a proseguir sin desánimo hasta el último hilo de vida terrenal, mirando con los ojos del alma al ser radiante, amado y generoso que Dios le confió.

Por Kátia Marabuco
Es médica oncóloga y presidente de la AME-Piauí


Reproducido de la revista Salud y Espiritualidad